Lo peor de una película es que no logre conectar con el espectador, por muy realizada que esté. La toma del poder (o The Takeover) es un buen ejemplo: una película original de Netflix dirigida por la directora holandesa Annemarie van de Mond (ni voy a intentar decir algunos de sus proyectos, porque ninguno ha salido de Países Bajos) que llegó a la plataforma de streaming el pasado 1 de noviembre y que se ha convertido en un nuevo intento fallido de destacar en el género. ¿Por qué no merece la pena que pierdas el tiempo con La toma del poder? ¡Te lo cuento en dos minutos!
En algunos momentos concretos de La toma del poder, he tenido la sensación de estar viendo un capítulo de alto presupuesto de series como CSI, Navy o NCIS. Es decir, me dices que esta película holandesa es un episodio de un procedimental, y me lo creo: además, algunas secuencias parece que están hechas con prisas, quizás por culpa de un guion que hace aguas por los cuatro costados. Tampoco ayuda a pensar en lo contrario cuando descubres que la historia es más simple que el mecanismo de un globo, y que los personajes actúan en muchos casos sin sentido alguno.
¿Qué puedo destacar de La toma del poder? Creo que The Takeover es una película de Netflix muy potente en lo visual, y parte de la culpa reside en el dinero que ha puesto la plataforma de streaming en dar vida a este engendro. Pero que no te engañe su gran puesta en escena: no hay nada interesante en este telefilme propio de Antena 3 los sábados o domingos por la tarde. Te aseguro que lo mejor que puedes hacer es alejarte de ella, y ver otras propuestas disponibles en Netflix como El agente invisible o Alerta roja.
Mel Bandison, una hacker justiciera, consigue evitar un intento de pirateo de un autobús eléctrico. Aunque, accidentalmente, esa buena acción acaba provocando el cierre de toda una red criminal internacional. Junto a Thomas Deen, su cita de la noche anterior, tendrá que huir de estos delincuentes, pero también de la policía.
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