Aunque la variante de estrategia en tiempo real ha estado fuertemente presente dentro de los videojuegos, aforisma que se confirma al hablar de producciones como Age of Empires, Civilization o Total War, lo cierto es que la subdivisión relacionada con los trenes, sector comandado por Transport Fever, no ha gozado de la misma repercusión. Los veloces vehículos se han visto relegados a un segundo plano en pos de la exponenciación de planteamientos más tradicionales como los de los juegos previamente expuestos, sin embargo, Gaming Minds Studios llega con Railway Empire, de la mano de Kalypso Media, para demostrarnos que la combinación de los RTS con tales maquinarias aún pueden ofrecer grandes experiencias, intención que, afortunadamente, han cumplido con creces.
El principal postulado del juego, pese a que es prácticamente axiomático comentarlo, se encuentra erigido sobre las locomotoras. Más allá de que, en líneas generales, la obra es sólida desde cualquier prisma, pues la desarrolladora se ha esmerado en crear un producto completo que permite disfrutar de un heraldo de la estrategia que represente dignamente su herencia, es ciertamente notorio el énfasis que se ha colocado en todo lo alusivo a lo que es, evidentemente, el quid de las mecánicas. No obstante, insistimos, se ha logrado un equilibrio agradable en suma magnitud de los planteamientos jugables que exhibe la producción, incluso a expensas de que éstos puedan resultar muy poco amigables con neófitos en el género.
Explayando con mayor detenimiento lo estipulado, nos adjudicaremos el control de una compañía ferroviaria y, simultáneamente, el deber de construir estaciones, crear extensiones de raíles y establecer redes ferroviarias en pos de que, teniendo en consideración que nos hallamos en el siglo XIX, seamos partícipes del salto de los caballos a un nuevo método de transporte más eficiente. Ello nos llevará a una serie de obligaciones que, retomando lo últimamente mencionado en el párrafo anterior, resultarán agobiantes durante los primeros compases del juego al tener que prestar atención a un sinfín de elementos que forman parte relevante del futuro de cada una de nuestras partidas, pero tolerables al momento de juzgar que, ciertamente, es posible adaptarse y comprender todo lo que la travesía, con calidad por detrás, tiene por conceder.
Asimismo, y buscando justificar el título que se halla sobre estas líneas, la obra no sólo se enfoca en los trenes sino que, de igual manera, dedica gran atención a los aspectos más tradicionales de la estrategia en tiempo real, es decir, la gestión de recursos y la construcción de edificios. En esta ocasión, ambos giran en torno a las locomotoras por claros motivos, mas ello no les inhibe de representar ese lado idiosincrásico que Gaming Minds no ha olvidado al momento de crear la faceta lúdica. Inclusive, más componentes de los juegos insignes del género como las bonificaciones según el personaje que escojamos, los objetivos secundarios que nos invitan a exprimir aún más los confines mecánicos, la designación de personal para el manejo óptimo de los recursos y el árbol de habilidades que nos da la oportunidad de desbloquear mejoras alusivas a los trenes, entre otras, nos dan a entender que no sólo se mueve alrededor de éstos porque, en realidad, plantea su conjunto desde una visión homogénea.
No obstante lo definido en el último párrafo, lo cierto es que Railway Empire cuenta con muchísimos detalles que le ayudan a construir su apuesta. Junto a los subrayados, existen otras consideraciones a tener presentes como la propia personalización de trenes, la estimable cantidad de ciudades con condiciones geográficas distintas –realidad que, cabe acotar, cambia completamente la forma en que se juega-, la unión de las diferentes provincias en pos de crear un mercado más global, el establecimiento de vías paralelas, desvíos y señales y, siendo lo siguiente un punto destacable al recordar nuestra posición de dueños de una compañía ferroviaria, acceso a todos los datos alusivos al desarrollo de nuestras decisiones, hecho donde la economía de la obra posee gran impacto.
Es paradójico, aun así, que uno de los principales atractivos de la creación sea, precisamente, uno de los detrimentos primordiales de su recomendación. Aunque, claro está, tal juicio varía de forma absoluta según el jugador que lo establezca, el juego presenta tantas características que, hasta para quien ya haya disfrutado de símiles, será complicado adaptarse de manera efectiva, mientras que quien sea ajeno a su inherencia, directamente, sufrirá los embates de un producto que, sí, cuenta con gran calidad y una densidad de contenido que amerita tanto agradecimiento como reconocimiento, pero que también falla al introducir a sus usuarios al ingente número de menesteres a tener en cuenta al momento de comandar las directrices de la empresa.
Por otro lado, existen aspectos más resaltantes en términos de dimensiones como los modos de juego que alberga la obra –Libre, Experimental, Escenarios y Campaña-, los cuales expanden las mecánicas básicas al añadir elementos de la índole de la ausencia de tiempo límite o adversarios con los que lidiar junto al de por sí laborioso trabajo individual. Éstos, si bien podría argumentarse que presentan notorias semejanzas que hacen pasar desapercibidas sus particularidades, agregan más horas de diversión a una obra que, a fin de cuentas, cumple con sus dos fines principales: entretener y suponer una experiencia estratégica digna de pertenecer a una historia más que longeva, realidades que sobrepasan los gustos del usuario para afianzarse como un producto que, ante todo, ha sido creado con un nivel loable.
En síntesis, lo que Railway Empire convida a adquirir es una obra en la que podemos esperar un minucioso hincapié en los pequeños detalles desde una perspectiva global; cada elemento forma parte de un conglomerado más grande, y todo aporta su respectiva dosis de calidad para sumar al agregado de su sindéresis. Asimismo, quien se adjudique una copia de la pieza de Gaming Minds Studios podrá esperar una cifra inmensurable de horas de contenido, aunque si ello implicará diversión paralela dependerá de quien realice el juicio.
De igual forma, es certero aseverar que no se trata de un producto para todos, mucho menos para quien no sea afín con su estirpe. El título arroja mucha información a velocidades excesivamente raudas y no da la oportunidad de adecuarse con espontaneidad a lo que exhibe, y es ahí donde radica la disyuntiva que, para concluir, nos hace subrayar que su más pleno disfrute recae, mayormente, en aceptar su complejidad.