Le han comparado con todos, y con ninguno. Su cine es tan críptico, que resulta una imposible salir de uno de sus excéntricos viajes sin marearse. Yorgos Lanthimos es, se quiera o no, uno de los grandes directores de nuestro tiempo. Un cineasta que inició su andadura por el negocio apegado a la realidad social de su país, pero que nunca abandonó la idea del cine como caleidoscopio. El griego deposita ideas, las codifica hasta estrangularlas, y después las coloca sobre diapositivas para incomodar al espectador. No resulta extraño que con cada nueva película se genere una gran expectación a su alrededor, y bien lo merecía "La favorita".
Tras dejar cierto regusto amargo con "Sacrificio de un ciervo sagrado", Lanthimos quería experimentar. Salir de la tendencia introspectiva que había tomado su filmografía en los últimos años, y apegarse al lenguaje más convencional reinterpretándolo a su manera. En ese sentido "Langosta", el culmen simbólico de su carrera, representa lo más lejos que jamás llegará el griego de ese realismo mágico al que tantas flores le ha dedicado. "La favorita" en cambio nace con un propósito redentor que sin embargo no se despega de la idiosincrasia de su artesano. Y en ese paradigma en el que se cruza lo lynchiano y lo hanekiano, encuentra Lanthimos un patio de recreo refrescante.
Dicen que para conseguir que algo cambie, primero tiene que cambiar uno. En este caso el director sigue siendo el mismo loco de siempre, pero su equipo fetiche ya no le acompaña. Además de salir de su zona de confort, apelando a un salto de época que le obligaba a abandonar lo simbólico en pos de un conjunto narrativo más centrado, Lanthimos tenía que cargar con la ausencia de Efthymis Filippou, amiga y guionista de todas sus películas hasta la fecha. ¿Se perdería con ella el sello característico del cineasta? Lo cierto es que tras muchos años trabajando codo con codo, ni la impronta de Deborah Davis y Tony McNamara logra aligerar el perfume concentrado del griego.
Mientras en "Sacrificio de un ciervo sagrado" la trama importaba tanto como el nombre del becario, en "La favorita" la historia es crucial; sirve de contexto en el que se mueven las verdaderas protagonistas de la función. Lanthimos se monta en el DeLorean para viajar hasta la Inglaterra del siglo XVIII. La reina Ana de Bretaña (Olivia Colman) –última de la dinastía de Stuart- intenta gobernar el país en medio de una guerra con Francia, mientras su marido se ausenta de forma indefinida. Lady Sarah Churchill (Rachel Weisz) termina sobrepasando la línea de consejera en ausencia de una figura de poder, y se convierte en una líder de facto. La simbiosis deja claro quién es la parásita, y quien la muñeca de trapo. Hasta que llega una invitada inesperada al festín.
Emma Stone da vida a Abigail, la prima lejana y desconocida de la reina, que llega a la Corte tras caer en desgracia junto a su familia. Esta joven de aspecto campestre, pero corazón depredador, iniciará una escalada hacia el poder utilizando su soberbia inteligencia y su conocimiento del mecanismo que hace funcionar a la aristocracia de la época. Entre ella y Sarah se desata entonces una guerra psicológica absolutamente cruel para ganarse el favor de Ana, y de paso llevarse todo el poder que esta no puede controlar por su personalidad enfermiza.
La primera gran diferencia que salta a la vista en este retrato histórico de desgracias humanas, es el abandono de la linealidad narrativa que el director empleaba en sus anteriores cintas. Aquí Lanthimos se apega de forma más natural al género de comedia, poniendo a los personajes por encima de la propia historia. Las localizaciones sirven como escenarios estáticos y barrocos para las fuerzas interpretativas de quienes se embadurnan en ellas. "La favorita" se esmera en reírse de la nobleza de la época, y para ello recrea unos escenarios preciosistas y recargados de ornamentación, sobre los que contrapone unos personajes ridículos y deplorables. Si el director antes disponía un puzle para que los espectadores lo ordenaran, en esta película los sienta en primera fila de una obra de teatro.
Claro que la potencia estilística del cineasta sigue condicionando tanto la forma como el contenido de la producción, pero la predisposición de la historia invitaba a que sus actrices intentaran brillar por sí solas. Y vaya si lo hacen. Mientras Colman demuestra con soberbia toda su experiencia dibujando uno de los personajes más hipnotizantes y desquiciados de los últimos años, Weisz directamente toca el techo de toda su carrera. El personaje de Sarah es el más complejo y a la vez intrigante de este trío de desamores. Si bien todas padecen de una inestabilidad emocional intencionada, el caso de Weisz asciende a otro nivel.
Sarah se presenta como la antagonista clásica; una bruja embebida de poder que no responde ante nadie. Sin embargo, su personalidad pronto se revela camaleónica. Weisz dibuja con delicadeza a una mujer tan llena de contradicciones como insegura. Una fachada intimidante que se dedica a bañar de moralina a la reina, pero después no encuentra consuelo para acallar su alma atormentada. La llegada de Abigail a la Corte la enfrenta con su propio pasado; la recuerda que no es nadie en realidad. Aflora el miedo. Esa chica venida de lejos amenaza con quitarle la vida por la que tanto ha peleado, y la humanidad más sucia no tarda en condicionar sus actos.
La perversión de Lanthimos campa a sus anchas delineando una relación a tres bandas formada por distintas tonalidades. Resulta complicado saber quién representa a la madre en cada momento, quien a la hija, y quien a la amante. El griego pinta un cuadro hogarthiano donde el pecado y la pasión campa a sus anchas; ya sea por acciones de puro egoísmo, o por impulsos despertados desde el hedonismo más carnal. Lanthimos demuestra poder seguir siendo extravagante, desconcertante, e irritante a pesar de soportar una propuesta más convencional. Un viaje de claroscuros en el que uno no sabe cuándo reír o cuando llorar, y que no deja descansar los sentidos ni un solo segundo.
"La favorita" es, en definitiva, una nueva rara avis en la filmografía del griego. El viaje histórico del director por la comedia más comercial se salda con un festival de planos sensoriales, actuaciones estridentes, y mensajes de lo más variados. Se puede interpretar desde todas las caras de un dodecaedro, o directamente desde ninguna. Sumergirse en la piscina de Lanthimos sigue dando tanto miedo como siempre, pero el paso hacia el trampolín todavía merece la pena.
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