No es fácil comenzar a escribir un artículo de opinión a sabiendas de que mi película favorita de todos los tiempos es Titanic. La vi por primera vez en VHS, con mi abuela al lado, y cuando yo tenía únicamente 5 años. Algunos ni siquiera sabréis qué es una cinta de vídeo porque ya están completamente en desuso, pero se trata de una auténtica reliquia con la que me entretenía como un niño chico (lo que era). Vaya, me acabo de dar cuenta que ya tengo cierta edad.
La cuestión es que a mí siempre me han gustado las películas de catástrofes, para qué engañaros: El Día de Mañana, 2012, Deep Impact, Armageddon... Tengo decenas de ellas en mi colección, incluyendo alguna que otra Huracán Categoría 6 que emitía Antena 3 un sábado por la tarde, pero creo que ninguna me ha marcado como Titanic, y eso a pesar de que realmente es una historia de amor como pocas más que una cinta de desastres.
Vuelvo al año 2000 y veo a mi abuela sentada en el sofá roncando cansada de ver por enésima vez lo último de James Cameron; se sabe hasta los diálogos, la verdad, pero yo sigo quemando la cinta verano tras verano (no tenía tiempo de ver tres horas de película cuando iba a clase) hasta que un buen día descubro que hay un DVD en casa y pido a mi madre que me la compren en este formato. Rayado, hasta la saciedad.
Con esto quiero decir que he visto miles de veces Titanic, sin exagerar, y ahora, tras cuatro años de Comunicación Audiovisual, dos de Máster y uno de intento de Doctorado, me doy cuenta de que es mi película favorita por una única razón: no he visto largometraje que sepa conectar mejor con todo tipo de público que este. Si te gusta la acción, la tienes; si eres un amante del drama, también; si prefieres un romance, está completamente impregnado de él. Pero quiero profundizar más para que me lleguéis a comprender y no me lleve una hostia antes de tiempo.
James Cameron es un director que sabe contar un relato universal con la maestría de pocos: Jack, un pasajero de tercera clase, artista y un tanto libertino, se enamora de Rose, un miembro de la alta sociedad que está cansada de una vida repleta de ataduras. Este es el primer acierto, y quizás hoy en día no funcionaría porque ya hemos visto miles de películas como esta. Todos nos hemos enamorado o pillado de alguien inalcanzable, de esas personas que conocemos como 'crush', y Titanic es capaz de utilizar este término sin pronunciarlo en ningún momento.
Y es que la primera hora y media de película es un drama romántico como pocos: chico conoce a chica, esta ve cómo él le salva la vida, lo intenta adaptar en su familia, pero las diferencias sociales tan elevadas que Jack sale escarmentado. Pero Rose sí se introduce de lleno en las fiestas de tercera clase, se enamora, tienen sexo en un carruaje y... ¡PUM!, "¡iceberg por proa!".
Titanic funciona como un reloj en todo momento, pero a partir del choque con el iceberg el largometraje parece sacado de la ingeniería suiza: ¡menuda hora y media de espectáculo! Primero, desconcierto. Segundo, inundación. Tercero, hundimiento. Tres fases por las que pasa Jack y Rose, todas ellas vertebradas por el amor que se tienen. Todo ello a pesar de que su romance termina en el fondo del Océano como los restos del Titanic.
La cámara está donde debe estar; la recreación del barco da miedo, sobre todo cuando los tsunamis que entran por las hendiduras de la embarcación arrasan todo lo que hay por su paso. La iluminación, hablando de una película de los 90, es digna de estudio. Es más, yo la traté en la carrera en más de una ocasión. Y los efectos especiales, pese a haber más maqueta que CGI, son espectaculares.
Titanic es mi película de la historia, la cinta que tantas veces he visto y el DVD que he rayado hasta la saciedad. Es una producción única que te explica el paso hacia la superproducción de lujo, hacia ese cine que ahora está representado por franquicias como Fast and Furious o el Universo Cinematográfico de Marvel. Ahora, que nadie os engañe, no hay Titanic 2, y la que existe, es la peor película jamás hecha.
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