Como ya bien demostró George Lucas en su saga homónima, el viaje del héroe puede extenderse y contraerse a placer. Star Wars se ha pasado varias décadas valiéndose del monomito para progresar por la línea familiar de los Skywalker en un viaje sistémico. No se puede decir que Aaron Ehasz persiguiera tal ambición con "El príncipe dragón", pero si plantó unas semillas más que fuertes para ahora hacer crecer un árbol que parece apuntar al mismo camino de aprendizaje sobre el que teorizaba Campbell. La segunda temporada de este periplo fantástico regresa sin hacer mucho ruido, sin el factor sorpresa de su lado, pero con la idea de seguir construyendo sobre la narrativa ya establecida.
Resulta curiosa la poca atención promocional que Netflix le ha prestado al creador de “Avatar: La leyenda de Aang” para destacar el regreso de su último trabajo. A diferencia de su primera temporada, la serie reaparecía este fin de semana sin llamar demasiado la atención, pero con una gran recompensa bajo el brazo para todos aquellos aventureros que decidieron sumarse al viaje épico de Callum y compañía. Ehasz hace uso del interesante planteamiento y las reglas establecidas en los primeros episodios para lanzarse directamente al corazón de la historia sin detenerse a mirar hacia atrás.
Vuelven los elfos de la luna, la magia negra, y los conflictos geopolíticos, pero lo hacen desde un enfoque algo distinto. "El príncipe dragón" ya no está tan interesada en exposiciones tediosas para hacer comprender su universo. Ahora deja de lado toda ornamentación narrativa innecesaria, y pone el foco casi exclusivamente en sus personajes. Y es que si en la primera temporada algunas piezas importantes de la aventura quedaban a medio dibujar, y tintaban el conjunto de cierto maniqueísmo caprichoso, ahora se desdoblan en decenas de capas. La historia, por supuesto, sigue avanzando hacia la meta propuesta en la partida, pero la serie comienza a ramificarse desde la progresión lineal, hacia la profundidad y el retrato psicológico de los protagonistas.
La segunda temporada comienza con la habitual escena desconectada de la narrativa que eleva la tensión varios decibelios por encima de la media. El recurso no es nuevo, pero funciona a la perfección. Da igual si no entendemos quiénes son esos dos ejércitos enfrentados, ni el escenario ardiente en el que se encuentran. Ehasz pone sobre el tablero ciertas pistas veladas del rumbo que tomará la historia en los siguientes episodios. Y desde ahí, con nuestra atención completamente vencida, retoma el cliffhanger con el que cerró la primera iteración de la ficción.
Callum, Rayla, y Ezran tienen por delante todavía un largo camino hasta Xadia, pero la carga que portan ya no es un simple huevo. El príncipe dragón ha nacido, y con él llegan nuevos problemas. Mientras la presión desde Katolis crece, el grupo de héroes hace una pequeña parada en el Nexo de la luna para aprender todo lo necesario en torno a esta magia. Callum entiende que está en el mundo inadecuado para alcanzar sus sueños, pero no desespera. Al igual que él, Soren y Claudia tampoco desisten en la misión de rescate que les dio su padre. En su hogar al mismo tiempo se va gestando el mal.
Viren, ahora autoproclamado rey de Katolis, reúne a la Pentarquía –los cinco reinos humanos- para convencerlos de que se sumen a su causa contra los elfos de la luna. Para lograrlo, no solo se vale de su ingenio y astucia, sino también de un nuevo y misterioso aliado. Sin embargo, sin la presencia de Ezran, ahora legítimo líder de Katolis, Viren tiene las manos atadas. Ehasz se sumerge así en un viaje a contrarreloj que enfrenta, por un lado el periplo de Callum para retornar al heredero de los dragones a su hogar, y por otro a las ambiciones de poder de un humano que se verá sobrepasado por fuerzas que no comprende. Entre esas dos fuerzas tractoras se van entrelazando distintas líneas temporales que traen al frente las piezas ausentes del puzle con el que la serie partió en su primera temporada.
Algo que se percibe desde el primer episodio de la secuela es un mayor ajuste y compresión entre todos los elementos, tanto visuales como narrativos. Los personajes no solo parecen mejor escritos, sino que a nivel visual Serena-Jane Nixon y el resto de miembros del equipo también elevan el ya de por sí buen nivel de animación de los primeros episodios. "El príncipe dragón" ha evolucionado en todos sus aspectos, mostrando una cara perfeccionada, y entregando una experiencia si cabe más satisfactoria que en el pasado. ¿Cómo lo consigue? Ehasz ha aprendido de sus errores, apuntalando con maestría aquellas vigas más endebles.
La relación entre Callum y Rayla deja de lado el rifirrafe de los primeros compases y por fin obtiene el espacio necesario para desarrollarse. Los eventos de la historia principal ya no supeditan a la pareja. Ahora sube al escenario para ejercer de pilar principal sobre el que orbitarán el resto de componentes narrativos. La elfa ya no es una simple paria de los suyos en busca de justicia. Callum ya no es el niño caprichoso que busca cambiar el mundo desde una postura naíf propia de un adolescente. Ambos maduran, y en esa evolución encuentran un punto intermedio en el que se empiezan a entenderse. ¿Amor? Ehasz por el momento no acude a Cupido, ni lo necesita.
Ellos dos sin embargo no son los únicos que maduran. Esta segunda temporada es una prueba de fuego para todo el reparto en su conjunto. Mientras Zyma –el dragón recién nacido- intenta aprender a volar, Ezran deja de ser un niño. La muerte de su padre le demuestra lo doloroso y cruel que es el mundo, empujándole a crecer a marchas forzadas. Su papel pasa de ser un mero apoyo emocional de Callum, para ganar autonomía. De su relación con el poder, y el peso de la herencia familiar, la serie obtiene un interesante terreno sobre el que diserta con acierto en torno al concepto de madurar y crecer; los miedos y las responsabilidades que florecen cuando se deja atrás la seguridad de la infancia, y la importancia de los lazos familiares como respuesta a la incertidumbre de la vida.
Para sostener todo el esqueleto introspectivo, Ehasz no se muestra timorato a la hora de bucear en el pasado. "El príncipe dragón" parecía tomarse ciertas libertades durante sus inicios, que aquí se revelan como puntos de sujección relevantes. De hecho, la serie se toma el lujo de cubrir dos de sus nueve episodios totales con un extenso flashback en el que no solo se explica el motivo de la guerra entre los humanos y los elfos. De un plumazo la serie introduce la relación maternofilial entre Callum y su fallecida madre, perfila con tino los obstáculos familiares a los que se enfrentó el rey Harrow para hacer de padre adoptivo, y expone el punto de inflexión de Viren.
Uno de los puntos más débiles de la ficción en su primera temporada fue su villano. Lo que un principio parecía ser un interesante personaje nacido de la traición y la perversión del poder, se iba desdibujando con el paso de los episodios. Ehasz soluciona el problema dándole un interesante trasfondo a Viren, al tiempo que desdibuja su imagen de antagonista poniendo sobre el tapiz un argumentario más que válido para empatizar con él. Y por si eso no fuera suficiente, la serie además recibe a un nuevo villano; un personaje místico de poder desconocido que sirve de macguffing para Viren en la temporada, pero que también siembra la base para erigirse como principal rival del futuro.
Los temas que maneja la serie se amplían, aquellos ya presentes en el pasado ganan profundidad, y a todo ello lo recubre una dirección férrea que sabe medir los tiempos y utilizar los clichés solo cuándo son necesarios. La moralina tan eficiente de los primeros episodios cobra mayor protagonismo, mientras Ehasz aumenta las dosis de acción poniendo en escena más magia, más dragones, y más leyendas. A esta segunda temporada no le faltan momentos emotivos, cierta comedia inocente, y un tono épico que promete seguir escalando de cara al desenlace final. ¿Será en la tercera temporada? Espero que no, porque "El príncipe dragón" ha sabido hacer de su viaje una de las mejores experiencias televisivas de los últimos años.
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