Chad Stahelski es más autoconsciente y eso le impide brillar todo lo que quiere. Pero su creación sigue teniendo espacio para crecer hacia adelante sin buscar reformulaciones arriesgadas. Durante cinco años el director ha estado caminando hacia adelante entendiendo la saga como una incisión diametral en el género de acción. El paradigma del trhiller nacía con la originalidad bajo el brazo, y con el paso del tiempo se iba posando sobre un lenguaje conocido para sobreescribirlo en busca de una experiencia visceral. "John Wick 3" es el acmé de todo eso.
A estas alturas nadie queda ya sin ver los vídeos en los que Keanu Reeves y el resto de reparto entrenaban antes de los rodajes. Cómo utilizaban armas de fuego real para replicar lo que en pantalla se traducía en desenfreno y muertes. La franquicia tiene unas señas de identidad claras que la nueva entrega comprende hasta tal punto que es capaz de exprimirlas sin fatigarse. ¿El guion es demasiado sencillo? Lo simplificamos todavía más. ¿Las coreografías de acción son impactantes? Las sobrepasamos perfeccionándolas. ¿Perros? Más perros. Stahelski eleva la apuesta en todos los sentidos, y la jugada le sale redonda.
Ya no hablamos de ese perfume único que destilaba la primera entrega, sino de una vuelta de tuercas a las persecuciones y el sentido caótico que la secuela insertó en este universo. De forma intencionada el director concadena los eventos de la anterior entrega y los funde con un inicio absolutamente espectacular que sienta un tono ya familiar para muchos. No hay presentaciones, ni momento para repasar nada, "John Wick 3" se lanza de cabeza a la acción sin preocuparse por seguir ninguna estructura argumental, dejándose llevar en una cinta climática de principio a fin.
John asesinó a un miembro de La Mesa dentro de las instalaciones del Hotel Continental, y ahora debe asumir las consecuencias. Ante esa diatriba, el protagonista no demuestra la clásica actitud irresponsable o condescendiente. Entiende que debe respetar las leyes que le han permitido vivir dentro de ese complicado mundo, y se propone la quimera de modificar la realidad antes de que esta le aplaste. La huida por Nueva York es tan solo una consecuencia directa de ese deseo por encontrar un resquicio desde el que poder tirar de los hilos. Y es que para él la vida sigue teniendo el mismo valor fútil de siempre.
¿Significa que le da igual morir? No. Su existencia sigue estando atada a mantener vivos los recuerdos de su mujer, y con esa actitud salesiana bajo el brazo, va desmontando uno a uno los escalones de poder que la organización de asesinos ha tejido para imponer su control. Desde ahí Stahelski traza una línea perpendicular creciente por la que va adhiriendo el metraje según se aproxima a su desenlace. "John Wick 3" no es una subida de revoluciones atada a una lógica capitalista. Su enfoque vuelca en la intención de empujar la franquicia hacia un clímax narrativo de no retorno.
Pero Stahelski es consciente de que la historia nunca ha importado demasiado. Y no comete el error de creerlo ahora. Para empujar el carrito opta por apoyarse en los hechos y no las palabras. Los diálogos quedan reducidos a la mínima expresión, mientras la acción va tiñéndolo todo de sangre. Es ahí donde el metraje se hace más fuerte, alcanzando unas cuotas de calidad pocas veces antes vistas en la gran pantalla. Los perros -hasta ahora utilizados como alivios pseudocómicos- se convierten en los auténticos protagonistas de la fiesta, simbolizando ese feedback que el director siempre ha buscado en los fans.
En solitario, en pareja, coreografiados con Halle Berry, los cánidos se pasean por la pantalla robando el espectáculo a casi todos. Y es que quien sigue soportando todo este armatoste de guilty pleasures es el propio protagonista. Reeves demuestra tener todavía capacidad para seguir cargando peso sobre sus hombros, y no se amilana ante la complicada misión que Stahelski le propone. Sin prácticamente secuencias dialogadas de por medio, el actor es capaz de saltar de una secuencia a otra sin mostrar signos de cansancio. Manteniendo una compostura de la que nacen combates insistentes pero nada repetitivos, y no poco momentos de esa hilaridad derivada de la autoconsciencia alcanzada por la saga.
Sí, "John Wick 3" genera carcajadas en varias escenas, y lo consigue gracias a su capacidad para seguir sorprendiendo a pesar de mantener el mismo lenguaje de sus inicios. Para ir un paso más allá de la vulgaridad del gore, y darle un sentido efectista a toda esa violencia. La película incluso se permite el lujo de apoyarse en el fanservice regalando momentos de lucidez a Ian McShane, Lawrence Fishburne, y el resto de caras reconocibles de la franquicia. Y claro, ante un pastiche sensorial y emotivo así, se termina perfilando una perfecta (o casi perfecta) máquina de entretenimiento consciente de sus orígenes y de su propósito.
El resultado es una película invencible capaz de sobreponerse a sí misma maquillando sus debilidades con sus fortalezas. "John Wick 3" es todo lo que se podía esperar de ella y mucho más. Puede que el nivel de sinsentido que ha alcanzado en algunas de sus facetas hayan desvirtuado en cierto sentido el alma de la franquicia, pero en el barro el asesino sigue siendo el luchador más fuerte. Un icono ya del género que baila entre el ridículo y la excelencia en un orgasmo de imposibles infinito.
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