Análisis FlatOut 4: Total Insanity
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Análisis FlatOut 4: Total Insanity

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Tras degenerar la imagen de la marca por el nefasto resultado que ofreció FlatOut 3, la continuidad de la franquicia parecía abocada a un fracaso inimaginable. No obstante, la autoría de una nueva desarrolladora cobró la esperanza de los apasionados del motor más clásico, ese donde la destrucción y la perspectiva alocada de las carreras abanderaban las altas dosis de diversión. ¿Ha sabido Kylotonn Entertainment devolver la pureza a la saga? Sí, pero con matices.

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La mayor virtud de los títulos anteriores era la destrucción completa. El relevo generación le sienta fenomenal gracias a la física precisa de los objetos y las colisiones, aportando solvencia y vivacidad a las carreras. Con gran dinamismo y un control fluido, aunque tosco en momentos de descontrol, la velocidad aunada a los choques continuos dotan de espectacularidad al juego, pero las reiteradas carreras dejan un amargo poso de insatisfacción a causa de la repetitividad. Para solventar las trazas monótonas recomiendo jugar esporádicamente, alejándose de la adherencia que empaña la experiencia a corto plazo.

De entre todos los modos de juego destacan las carreras, donde radica -o debería- la enjundia del juego. Las pistas, animadas en genral por unos gráficos deliberadamente agrestes, rompen la unidireccionalidad en virtud de caminos alternativos donde atajar y trazar ventajas. El groso de los escenarios está dispuesto de objetos destructibles como neumáticos, balizas o estructuras despegables, además de los propios contendientes cuyas colisiones no pasan desapercibidas. La interfaz en carrera, desembarazada y simplista, muestra los niveles de nitro que desencadenan velocidades incontrolables (aquí refería antes a la tosquedad jugable) con el fin de aventajar a rivales y ganar terreno mientras acrecentamos las facetas destructibles de nuestro vehículo.

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Retomando las asperezas en el control, una tara insoslayable del título debido a la regularidad de los choques así como a su obligatoriedad para ascender posiciones es la facilidad de descontrol. Los frecuentes contactos con los adversarios descontrolan la jugabilidad haciéndonos retroceder en el podio. Es más, muchas veces la excesiva sensibilidad incluso al margen del turbo desvaría nuestra conducción originando paralizaciones en la carrera a causa de estancamientos frustrantes. No obstante, debo mencionar que estos inconvenientes solamente atenazan en el modo carrera, ya que las otras modalidades propician un sistema de juego diverso donde la victoria no se precipita ganando trayectorias.

Las carreras se estructuran en torneos cuyas victorias nos desbloquearan nuevos recorridos otorgándonos dinero para canjear más vehículos hasta completar el plantel de 27, algunos muy amenos y todos caracterizados por una estética chabacana que armoniza con el talante desfasado del juego.

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La mayor virtud del juego

Más allá del modo carrera, donde debería residir el espíritu del título pero que se relega a un mero acto testimonial de sus bondades desaprovechadas, encontramos otras opciones sugerentes que tantean la hermosura destructiva más autóctona de la franquicia. El modo FlatOut, por ejemplo, nos dispensa vehículos establecidos con el fin de alcanzar ciertas puntuaciones en los eventos que ofrece. La consecución de los objetivos recompensa con más eventos, variados pero con un regusto agridulce.

Tampoco faltan los minijuegos. Esto es el despliegue de diferentes niveles circenses que demandan objetivos descabellados como insertar al conductor (más maniquí que otra cosa) en vasos, deslizarlo por aros de fuego, atinar a una diana delineada en el suelo, o destruir una estructura de madera, entre otras. Los parámetros a considerar en los minijuegos son: la velocidad, el potencial de despegue y la distancia de lanzamiento. Es uno de los atractivos más plausibles del conjunto.

A todo esto se le une un multijugador de hasta 8 jugadores cuya presencia humana agradeceremos en contraposición de la nefasta y agobiante IP, tendente a dificultar nuestra victoria con una malicia imprevisible. La presencia de otros jugadores se torna satisfactoria. En cuanto a una opción local, tristemente no existe una modalidad competitiva como tal en la propia plataforma, aunque no descartamos la posterior incorporación de la misma.

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Tecnología con claroscuros

La variabilidad paisajística de las carreras no tiene desperdicio. La distribución de los elementos así como su vistosidad luce inmediatamente lustrosa, sobre todo el espectro cromático. Aunque a priori parecen gráficos nítidos y bien aderezados, una aproximación más crítica y minuciosa desvela taras inadmisibles en PlayStation 4. Por su parte, la diversidad climatológica juega con la diferenciación añadiendo un sentido de cambio en las carreras, algo que cumple gustosamente. Los ingredientes ambientales tales como la nieve, aridez o urbanización lucen satisfactorios, aunque ciertas estructuras ajenas al contacto demoledor de los vehículos (periféricas) parecen planas y artificiosas.

El trazo de los vehículos se torna premeditadamente desmejorado acentuando así la intentona arcade del juego, algo que no logra ofrecer con integridad. Los diferentes vehículos son otro atractivo visual, cada uno con sus especificidades e identidad propia. Por su parte, la música vira al terrero rockero, algo comprensible dadas las características del título. La acústica general remarca el rugir de los motores y la destrucción ambiental, manifestando un realismo disonante al propio de las carreras.

Conclusiones

La intencionalidad es digna de elogio. No soy partidario del restañeo posterior al lanzamiento de los juegos, pero la adición de parches podría subsanar las imperfecciones del juego con el fin de acercarlo al objetivo fijado que, desgraciadamente, no cumple. Pese a la autenticidad de su marca, FlatOut 4: Total Insanity no despliega esa capacidad destructiva pincelada de un estilo arcade como dicta la memoria, más bien aproxima a la bancada de jugadores modernos al estilo primigenio que esgrimieron los primeros títulos. Mejora soberanamente los múltiples batacazos de su predecesor, y la variedad de modos puede nutrir las partidas; aunque la sintomatología del engorro florece antes de poder valorar las virtudes del juego.

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