La ciencia ficción es un género donde prácticamente todo está inventado. Desde la clásica fórmula de aventuras con héroes y villanos como “Star Wars”, hasta películas absolutamente reflexivas acerca de nosotros mismos como “Solaris” (1972) o de lo que nos rodea y la naturaleza misma del universo en “2001: Una Odisea del Espacio”. Por eso, sorprender con una ópera espacial a estas alturas es una tarea harto complicada, que muy pocos cineastas consiguen. Alfonso Cuarón y Christopher Nolan son nombres que marcan la excepción gracias a obras atemporales como "Gravity" o “Interstellar”.
Todo esto lo sabía James Gray. El experimentado cineasta era consciente de las dificultades que suponía abordar el que posiblemente es el género más exigente que existe. Aún así, decidió asumir el reto, desgranar una gran cantidad de herramientas y recursos que suelen funcionar y, una vez hecho esto, componer su particular puzle. Porque si por algo se caracteriza "Ad Astra" no es por inventar algo nuevo, sino por ejecutar de forma magistral lo preexistente.
Aprovechar más que reinventar
Empezando, claro está, por un poderío visual y sonoro extraordinario. Es el elemento más importante de una ópera espacial y Gray no lo esconde. El despliegue técnico para simular las superficies de la Luna, Marte y el resto del Sistema Solar es espectacular no solo por su realismo, sino también por la conjugación de las diferentes atmósferas; variadas luces, colores y sonidos (o silencios) se van fundiendo en un vals delicioso. Y así da inicio este particular viaje introspectivo, con una secuencia de vértigo de la que es imposible escapar.
Esa gran apertura sin embargo no encuentra continuidad. Gray se pierde. Tras el vertiginoso comienzo, decide suavizar toda la estructura narrativa para encontrar un ritmo mucho más sosegado en el que las reflexiones del atormentado Roy no acaben en un vacío segundo plano. Y más o menos consigue lograrlo, pero a cambio se ve forzado a cocinar un fangoso ritmo que amenaza con lastrar el conjunto.
Gray no es novato, y entiende que en lides en las que hay que jugar a ser científico para mantener balances imposibles, es necesario jugar la carta del estratega. Aquí echa mano cada cierto tiempo de determinadas secuencias de acción que imprimen el dinamismo suficiente para que la cinta vuelva a arrancar.
Viaje al interior
Con todo, lo mejor de "Ad Astra" es sin duda su construcción narrativa. Lejos de prestar atención a los aspectos científicos o técnicos, el director teje un equilibrado juego de contrastes en el que lleva a un hombre a lo más lejano con la única intención de que se descubra a sí mismo. Un viaje espacial a través de las emociones de alguien que al principio no parece ser capaz de sentir nada.
Bajo esa arquetípica mascarada de hombre frío, solitario y seguro de sí mismo, poco a poco y de forma gradual, Roy acaba adoptando la pose de la nueva masculinidad que tanto le gusta al Hollywood actual. Un hombre consciente de sus fortalezas y debilidades, de aspecto fuerte pero sometido y acomplejado por dentro. En este caso no desde una lucha de egos, sino desde un drama familiar; el grave trauma por la pérdida de su padre cuando era un niño.
Constantemente abstraído en su mundo interior, el anhelo final de Roy no es otro que liberarse de ese pesar, encontrarse a sí mismo para poder conectar con el resto del mundo. Una introspección que se abre al espectador gracias a la hipnotizante y omnisciente narración en primera persona de Brad Pitt -magistral en su interpretación- y al constante tira y afloja al que se ve sometida la cámara; alternando entre planos objetivos y subjetivos. Un coyuntura inmersiva para el espectador que funciona como un reloj suizo gracias a la comunión entre la espectacularidad visual de los enfoques en primera persona y la profundidad reflexiva del protagonista.
Conclusión
"Ad Astra" es el retrato intimista de un hombre atormentado que busca liberarse. El género de la ciencia ficción le sirve como excusa a su director para componer una historia sobre las relaciones humanas, la conexión entre personas. Porque lo único importante es lo que se cuenta, todo lo demás es secundario. Para ello Gray hace acopio de una gran cantidad de estructuras y sinergias internas enlazadas entre sí dando como resultado una película que, sin ser perfecta, es totalmente disfrutable. A partir de lo existente descubre una nueva forma de abordar la insalvable conexión entre lo que tenemos dentro y lo que nos rodea.
James Gray firma una de las películas de ciencia ficción más ambiciosas y complejas de los últimos años y se confirma como uno de los mejores directores de su generación. Pese a la excesiva lentitud en algunos tramos, consigue confeccionar una cinta tremendamente íntima e introspectiva que sin embargo no se hace para nada densa.
Va más allá de una ópera espacial clásica
Gran fuerza visual
Brad Pitt y Tommy Lee Jones
En ocasiones ralentiza demasiado el ritmo y se hace pesada