Ocho años después de iniciar el viaje, "Juego de Tronos" cumple su profecía. Sí, el invierno por fin ha llegado a Poniente, y lo ha hecho de la forma más espectacular posible. “La Larga Noche” no es solo el episodio más ambicioso de la historia de la televisión -sus más de 50 semanas de rodaje lo avalan-, sino también el cúmulo de aprendizaje que HBO ha ido arrastrando desde el primer episodio. Cada traición, cada muerte, cada gran batalla estaba encaminada construir un camino por el que los lectores de "Canción de Hielo y Fuego" todavía transitan, y por el que los espectadores están dando sus últimos pasos.
Esta crítica contiene spoilers
Con más de una hora de metraje por delante, y dos episodios precedentes carentes de acción, se esperaba que Miguel Sapochnick apostara por un ritmo vertiginoso desde el primer minuto. Pero ¿cómo mantener la tensión durante tanto tiempo? Fácil, es simplemente imposible. Para salvar la complicada empresa, el director de “La batalla de los bastardos” apuesta por un esquema que se apoya siempre en el in crescendo -de la batalla pero también del suspense-, y en los puntos de fuga; Momentos de calma respaldados por una colección infinita de primeros planos, que permite al episodio respirar en los momentos de mayor fatiga.
Estos impases no solo están convenientemente colocados, sino que además se presentan con una de las mejores direcciones de toda la serie. La habilidad que plasma el cineasta para controlar los tempos es el verdadero secreto de este capítulo. No las muertes -abundantes-, ni las revelaciones finales. Todo descansa en el conocimiento que Sapochnik demuestra de la saga, y de cómo juega las cartas; Quién mira a quién, durante cuánto tiempo, y de qué forma se leen las pocas líneas de diálogo presentes en la carnicería. No se puede decir que estas secciones funcionen siempre a la perfección, y el fanservice vuelve a hacer acto de presencia (por desgracia), pero en último término terminan ayudando a dar cuerpo y peso al festín que se está produciendo fuera de los muros.
¿Y qué es lo que está pasando? La calma que precede a la tempestad presentada en el último episodio se prolonga durante una primera media hora de infarto. La oscuridad se va acercando a Invernalia, pero siempre de forma sugerente. Esa aversión a mostrar de forma explícita, y jugar con las sombras se empieza a cocinar desde este primer acto, y se mantiene durante toda la batalla: a veces logrando sugestionar, y en muchas otras ocasiones confundiendo. Cierto es que los Caminantes Blancos son unos enemigos misteriosos (de ahí precisamente nace su terror), pero la oscuridad con la que son presentados es excesiva.
El trajín de la acción invita a los movimientos rápidos de cámara y a cortes vertigionsos entre un punto y otro del campo de batalla. Y sí, funciona increíblemente bien. Pero la homogeneidad de los vestuarios sumado a la escasa iluminación de casi todas las escenas, hace imposible dilucidar que está pasando en varios tramos del episodio. De hecho, este problema se acentúa más todavía en último acto; Cuando se suceden las muertes más importantes, y se construye el enigmático desenlace. ¿Está justificada tanta noche en un capítulo que lleva por título dicha promesa? Sí y no.
Se entiende que HBO optado por esta estrategia para abaratar costes en una producción de por sí ya increíblemente cara. Sin embargo, no logra encontrar un término medio que permita disfrutar plenamente de lo que aparecen pantalla. Sapochnik además se aprovecha de ello apostando más por el mensaje global de ciertas escenas, que por hechos puntuales. Algo que nace de la propia representación del enemigo; una masa de efectos especiales en la que es imposible distinguir nada. Se mueven como una ola que arrasa todo a su paso, y que apenas deja tras de sí combates individuales en los que los protagonistas puedan lucirse.
Las heroicidades aquí están reservadas para Jon y Daenerys –volando sobre la zona con los dragones-, y para Arya, la única que consigue mantenerse estoica a pesar de la situación. Para los demás, la muerte es demasiado. El miedo recubre los rostros de Sansa y el resto de habitantes de Invernalia, pero también de quienes están luchando. Ese sentimiento cala en alguien como Sandor Clegane, en Jaime, e incluso en Gusano Gris. Todos sucumben al terror de la oscuridad, y aunque continúan luchando, lo hacen como autómatas. “Estar aquí abajo es lo más inteligente que podemos hacer”, le dice Sansa a Tyrion para aplacar su espíritu de guerrero. “Mirar a la verdad a la cara”.
De ese cóctel de emociones era imposible no obtener otra cosa que una experiencia inolvidable. "Juego de Tronos" ya no es la serie que comenzó atada a las novelas de George R.R. Martin. Es cierto. Las tramas palaciegas y las conspiraciones entre Casas han dejado paso a la exposición vulgar y condescendiente de fanservice. Se ha convertido en una serie torticera. Pero en el proceso no ha perdido la capacidad para deleitar al espectador. De hacerlo vibrar con cada secuencia y de atarlo con fuerza al lore de este universo. Sapochnick apunta a todos aquellos que se han mantenido fieles, y les entrega una colección de escenas absolutamente mágicas.
La muerte de Lyanna Mormont antes de matar al gigante, el encendido de la barricada por parte de Melisandre, la lucha codo con codo de Brienne y Jaime, la despedida de Bran a Theon poco antes de que este se sacrifique. La lista de momentos es casi infinita, pero es fácil decantar para quedarse con lo mejor; la metáfora que el director teje de la "Danza de dragones" con la lucha en el cielo nocturno de Drogon, Viserion y Rahegal, y el asesinato final del Rey de la Noche a manos de Arya. No se puede negar la mayor con el levantamiento de los muertos final, y el wargeo de Bran sobre uno de los dragones, pero la carga emocional que alcanzan las escenas mencionadas previamente son inigualables.
"Juego de Tronos" toca el cielo con un episodio que será complicado de superar durante las próximas décadas. Y no solo por su músculo técnico. Cuando todo ya parece perdido, el director recupera el velo de misterio para confeccionar un final críptico. Sí, quedan por delante tan solo tres episodios para que la serie llegue a su final, pero eso no impide que Sapochnik vuelva a tirar de confusión con una revelación del todo inesperada ¿Qué conexión tienen Melisandre y Arya? Ambas son protagonistas a su manera del episodio, y las dos terminan confluyendo en una escena en la que la Mujer de Rojo le repite a la niña Stark la frase pronunciada durante su primer encuentro en la tercera temporada.
¿A quiénes pertenecen los ojos verdes, marrones y azules? La serie sigue apelando a la capacidad de observación de los espectadores para generar conversación en la comunidad. Eso es quizás lo único que ha sobrevivido de las novelas; el componente interpretativo de ciertos elementos y profecías. No se puede negar que aquí la adaptación peca de explícita (los ojos azules tienen un representante claro), pero la fuerza del momento sigue siendo inapelable. Las miradas entre las dos mujeres, y la frase en referencia a Syrio Forel -“¿Qué le decimos a la muere?, hoy no”- empacan un instante que se grabará a fuego en la memoria de los espectadores.
HBO da un paso al frente y cumple las altas expectativas que se habían ido cocinando desde el comienzo de la séptima temporada. ¿Podrá seguir dando la talla de cara a la recta final? El Rey de la Noche ha muerto -presuntamente-, y la amenaza del invierno se ha detenido, tal y como profetizaba Melisandre. Pero la enigmática muerte envejecida de esta, a las puertas de Invernalia, deja una marisma de preguntas que deberán ser respondidas en muy poco espacio de tiempo. Quizás la respuesta esté en los ojos verdes, en Cersie y en Arya. O quizás simplemente esté en los fans supervivientes de una epopeya televisiva que pasará a la historia.
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