Fiel a su estilo, Nic Pizzolato ha puesto punto y final a la tercera temporada de "True Detective" siendo coherente con el tono y el ritmo mantenido a lo largo de toda la historia. Si por algo se caracteriza este universo, es por nunca abrazar los absolutos, y eso siempre nos ha llevado a quedar entre la satisfacción del caso resuelto, y la amargura de unos personajes que nunca llegarán a ser felices. Wayne Hays tenía todo lo necesario para no escapar de la tiranía del showrunner, y su viaje, efectivamente, ha terminado cayendo en la ambigüedad moral que ha entintado cada uno de sus actos, desde el pasado, hasta el propio presente desde el que buscaba la redención sin ninguna esperanza de conseguirla.
El camino para llegar hasta aquí ha estado marcado por los saltos temporales, y por una confusión narrativa amparada en la enfermedad mental del propio protagonista. El esoterismo propio de la serie, sumado a vaguedad de los diálogos, se entremezclaba con este puzle cronológico casi imposible de descifrar. Y sí, la jugada le salía bien a Pizzolato, pero al mismo tiempo condicionaba tanto la trama, que no solo le comenzó a voltear las cartas que tenía escondidas bajo la manga, sino que incluso llegó a monopolizar la conversación creando una barrera de entrada para no pocos espectadores.
Para los valientes, los que sí han conseguido se pacientes y esperar a que el director les recompensase con algún tipo de revelación, "True Detective" se ha convertido en una gemela de aquella espesa experiencia que supuso la sorprendente primera temporada. Bien es cierto que el propio factor sorpresa ya no estaba de su lado, y que el impacto a nivel de conversación social no ha sido tan evidente como entonces, pero es imposible negar la influencia tan bien medida que ha tenido el caso de Louisiana en la desaparición de los niños Purcell.
“¿Qué quedará de nosotros a parte de la foto y el recuerdo? Esta es la escuela en la que aprendemos. Esa época es el fuego que nos consume. ¿Qué es el ego entre tanto resplandor? ¿Qué hay en mí de mi yo pasado que he de sufrir y repetir? Los niños gritan alegres mientras corretean. Esta es la escuela en la que aprenden. ¿Qué hay en mí de mi yo pasado? Ojalá la memoria recupere una y otra vez el color más fútil del más fútil día. El tiempo es la escuela en la que aprendemos. El tiempo es el fuego que nos consume”. Las palabras de Amelia caen como piedras antes de dar paso a la exposición.
Una buena forma de establecer el tono ¿no? Pizzolato es consciente de que por delante tiene que resolver muchas preguntas antes de despedir a Hays, y sabe preparar el terreno con una metáfora que alude a cómo interpreta el detective el tiempo, y cómo discurre su vida a través de él. Su relación con Amelia ha sido un pilar transversal en el desarrollo del caso, y tal y como este nació, los sentimientos de ambos se vieron condicionados por los misterios que este les iba poniendo delante. Pero antes de entrar en faena, el episodio 8 de esta temporada retoma la narrativa donde la dejó, para solo corroborar que el encuentro del protagonista con Edward Hoyt era efectivamente un cliffhanger sin salida.
Ahora bien, aunque predecibles, las escenas que tienen lugar en ese lugar están ejecutadas con un pulso de acero. Las miradas supeditan a las palabras, y la reunión termina convirtiéndose más en una lucha corporal, que en un enfrentamiento dialéctico. Los pocos sonidos que profesan sin embargo son como dagas envenenadas; uno chantajeando para evitar confesar lo que hizo con Julie al tiempo que acusa a Hays de asesinato, y el otro defendiéndose bajo su posición de detective. No es casualidad que estos minutos sean los más intensos y agresivos de toda la temporada. A partir de ahí, la serie se lanza sin frenos, pero manteniendo su parsimonia habitual, al desenlace.
Pizzolato comienza quitándose de en medio una de las cuestiones más acuciantes. ¿Cómo terminaron Amelia y Hays? La publicación de un artículo relacionado con el caso por parte de ella le pone a él contra la espada y la pared, sacando a relucir todo su resentimiento, y también todas sus inseguridades. Hays rechaza desmentirla para mantener su posición, y echa a perder las únicas esperanzas que quedaban para resolver el caso. Todo va cayendo como piezas de un dominó; la amistad entre Hays y Roland se hace añicos, mientras que el matrimonio vomita todas las tensiones acumuladas en un choque silencioso. Uno se siente manipulado, mientras que la otra se siente engañada. Su vínculo de unión era el caso, y ahora que ya no está presente, no tienen forma de entenderse.
El guion aquí brilla con especial soltura, desprendiendo una claridad sorprendente teniendo en cuenta lo aficionado que es el showrunner a jugar con la semántica. Y sí, también es doloroso. A lo largo de toda la temporada les hemos entendido, hemos llorado junto a ellos, y hemos sufrido ante su incapacidad para ser felices. Ahora todo eso se viene abajo confirmando las sospechas que no queríamos ver; la relación era tan fina como un papel que termina por romperse con el secreto que Hays le esconde a Amelia. Ahora bien, el asesinato de Harris James no es más que el detonante de lo que se ha ido cociendo durante una década.
Pero precisamente todo lo que les separa también les une. Han pasado tanto tiempo juntos que comparten demasiadas cosas en sus vidas como para separarse tan repentinamente. Pizzolato se lo toma con calma, deja reposar el intenso cóctel emocional, y en una tierna escena dispone el puente de la reconciliación. Signo de una buena construcción de personajes, al director no le es necesario explicar nada para resolver la situación; unas cuantas miradas, dos frases simbólicas, y un acercamiento que termina, esta vez, sí, de una forma satisfactoria. ¿Qué sucede? Que el peaje a pagar para cerrar la trama amorosa-familiar es superar una trufada de distracciones.
Mientras uno esperaría que el ritmo se acelerase para alcanzar un clímax impactante, "True Detective" se olvida de eso para mantenerse fiel a su estilo. La resolución del caso Purcell es lenta, pesada, y en general bastante densa. Pero nada de ello impide que sea igual de satisfactoria gracias a un guion sobresaliente que por fin logra cerrarse sobre sí mismo. Roland y Hays desde el presente logran reconciliarse con el pasado al descubrir la habitación secreta de Julie en la casa de los Hoyt, mientras que en la línea temporal de los 90, van al encuentro de Junius Watts para conocer toda la verdad.
Aunque la escena es increíblemente larga, la explicación del culpable del secuestro mantiene un ritmo constante y no se detiene en exposiciones innecesarias. Los flashbacks se van entrelazando con los rostros de los presentes en la sala, mientras Pizzolato lanza una revelación tras otra. En poco menos de 15 minutos queda resuelto todo el caso Purcell; Ellen y el señor Hoyt tuvieron a Isabel, la madre enfermó, Isabel creció, se casó, y tuvo a Mary su hija. En un terrible accidente muere la propia Mary y el padre, Isabel cae en depresión, y Watts toma un papel activo para sacarla del pozo. Esta tiene un accidente de coche por ir bebida y drogada al intentar escapar de la casa, y Harris James, un por entonces policía, ayuda a encubrirlo.
En el 79 Isabel conoce a Julie Purcell en un cumpleaños, y se encapricha con ella. Habla con la madre, y esta le permite pasar tiempo con Julie a cambio de dinero y con la condición de que Will, su hermano, también esté presente. Con el tiempo se acabó volviendo tan adictiva a ella, que quería adoptarla para sustituirla por su hija muerta. Un día, jugando en el bosque a donde iban a pasar el rato, Isabel empuja por accidente a Will y este muere de un golpe en la cabeza. James vuelve a encubrir manipulando las pistas de la escena del crimen. La niña acaba escondida en el sótano de la casa de los Hoyt, y es criada como una hija natural de Isabel, mientras intenta rememorar su pasado inútilmente por la ingesta involuntaria durante años de litio. Tras muchos años esta logra escapar con la ayuda de Watts, y acaba en un convento.
La información se va presentando de forma escalonada, hasta que todo termina encajando con las lagunas de información que la mente fragmentada de Hays nos había dejado. ¿Es esto el final? Aunque finalmente los detectives logran dar con la tumba donde yace Julie tras su muerte por VIH en el 95, Pizzolato se guarda un as bajo la manga. La tercera temporada de "True Detective" nunca trató sobre el caso Purcell; la serie en realidad era una exploración psicológica y moral del propio protagonista.
"True Detective" se despide con un guiño bastante agradecido al final de la primera temporada –en forma de jardinero-, y con dos escenas clave; la visión delirante de Amelia revelando el paradero real de la niña, y su cita apuntando a un desenlace que jamás llegará. Y el encuentro en falso de Hays con la propia Julie después de años. En un movimiento completamente inesperado el showunner nos arrebata la satisfacción propia de una conclusión, arrojándonos a la cara la condición mental del detective. Y es que aunque hemos pasado tres décadas con Hays, su mente sigue siendo un misterio que jamás se resolverá. Una que entró en la sabana de Vietnam para nunca salir.
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