No ha pasado ni un mes del estreno, y los implicados en el proyecto ya han comenzado a airear los trapos sucios. "Terminator: Destino Oscuro" llegaba a las salas de cine con la esperanza de revivir la franquicia. Borraba la historia escrita desde la primera secuela, y se acogía a la nostalgia para relanzar una marca crucial para el futuro de Paramount. Sin embargo el plan de Tim Miller y James Cameron no terminaba convenciendo. El regreso de Arnold Schwarzenegger y Linda Hamilton no salvaban a la producción del desastre comercial.
Con tan solo 29 millones de dólares recaudados durante su fin de semana de estreno, los analistas comenzaron a proyectar unas pérdidas que superarían los 150 millones. Tres semanas después la recaudación asciende hasta los 235 millones internacionales, y consolida ya las predicciones más agoreras. Skydance mira ya hacia otro lado, mientras deja ahora que la saga se autoconsuma hacia el olvido. Pero las cosas no van a quedar simplemente así. Ahora el propio Miller abre las alcantarillas.
"Estoy seguro de que podríamos escribir un libro sobre por qué no funcionó", explicaba el cineasta en una entrevista al podcast The Bussiness. "Todavía sigo procesando, pero estoy muy orgulloso de la película". El director no obstante, tiene claro quiénes han sido los responsables del fracaso. "Las cosas que más odio parecían suscitar de la película, eran las que no podía controlar. No puedo controlar que no te gustara Genysis o que te sintieras traicionado por Terminator 4. No puedo evitarlo", confesaba.
Miller, claro, hace referencia a todos los desencuentros que tuvo con James Cameron durante la preproducción. Este último ya explicaba el pasado octubre cómo se había gestado la cinta entre grandes discusiones. "Todavía estamos limpiando la sangre de las paredes tras esas batallas creativas. Esta película se ha forjado con fuego. Pero ese es el proceso creativo, ¿verdad?" La realidad le ha dado un bofetón en la cara solo unas semanas después. Y todo parece responder a la coacción que sufrió el director.
"Aunque tanto Jim como David Ellison son productores y técnicamente tienen el control sobre el corte final, mi nombre sigue siendo el de director", argumentaba. "Incluso si voy a perder la pelea… sigo sintiendo la obligación de luchar porque eso es lo que se supone que el director debe hacer. Luchar por la película". Cuando llegó el momento de presentar el trabajo a Cameron, Miller estaba muy inseguro de algo con lo que no se sentía identificado.
"Las luces se encendieron, y había muchas cosas que yo había cortado que Jim pensaba que eran importantes y escenas que habíamos rodado y en las que habíamos tenido desacuerdos", explicaba. "Pero las luces se encienden y Jim dice: 'tenemos película'". En ese momento el cineasta terminó tirando la toalla. "Habría luchado por esta o aquella línea, porque era importante para mí. Pero, ¿le importaría al espectador? Probablemente no". Ahora Miller no quiere volver a tener que pasar por algo así en su carrera.
"Me puedo negar, pero no tiene nada que ver con el trauma que tengo de la experiencia", confiesa. "Es más, simplemente no quiero volver a estar en una situación en la que no tengo el control para hacer lo que creo que es correcto", dijo Miller. Y a pesar de todo cineasta y productor han terminado separándose en buenos términos. "La semana pasada recibí un mail de Jim, decía: 'sé que nos hemos enfrentado un poco. Lo dejé todo en mano de dos personas fuertes y creativas con diferencias de opinión y creo que eso mejoró la película. Vuelvo a Los Ángeles en diciembre y nos tomamos una cerveza".
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