Me considero una persona muy sincera, y cuando algo no me gusta, lo digo de frente y sin rodeos. También soy consciente de que tengo unos gustos un tanto peculiares, y por ello se que Breaking Bad es una obra maestra (porque lo dicen, porque lo decís), pero que nunca me gustó.
Debo decir que la primera vez que vi Breaking Bad fue en Canal Sur, esa cadena autonómica de Andalucía que la compró 'Dios sabe por qué' para lanzar episodios sueltos a altas horas de la noche. Hace ya diez años de aquel momento, y por entonces, supe que algo no iba bien: tenía 16 años, a todos mis amigos les gustaba la serie, y a mi no me terminaba de enganchar.
Doy un salto en el futuro, y me convenzo de ver Breaking Bad por completo, y de una vez por todas, aprovechando que está en Netflix. ¿Sabéis dónde dejé apartada finalmente la serie? Con el mítico episodio de la mosca. No, en serio, para mi fue mi límite, y quiero contar por qué no me gustó nunca esta obra maestra que creó Vince Gilligan allá por 2008.
Aún así, respeto que Breaking Bad es una obra maestra, y destaco que sus personajes son de los más complejos que he visto jamás en una serie. Esto último es de agradecer, sobre todo hoy en día: una época en la que la ficción televisiva vuelve a apostar por estereotipos y arquetipos manidos. Eso sí, esta 'obra maestra' no está hecha para mi, tengo mis razones, y se que algunos me mandaréis a un sicario a la puerta de mi casa por ello. Ante todo, perdón.
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