Desde que se estrenase La casa del dragón el pasado 22 de agosto, y El Señor de los Anillos: Los anillos de poder el 1 de septiembre, existe en redes sociales una corriente de usuarios dispuestos a comparar estas dos series de fantasía medieval que llegan para revolucionar el género. Y si bien existen varias similitudes, creo que se tratan de producciones totalmente complementarias que evidencian el buen estado de salud en el que se encuentra la televisión a nivel internacional. Es momento de dejar atrás la toxicidad, y apostar por un comportamiento civilizado que nos permita analizar qué es lo bueno que esconden ambos proyectos. Porque es mucho.
Entrar a las redes sociales y leer comentarios de El Señor de los Anillos: Los anillos de poder me pone enfermo. Por un lado, que si Galadriel es una guerrera poderosa que poco o nada tiene que ver con el personaje original; que si existen elfos negros; que si la trama infantil sobra... Y siempre digo lo mismo: ¿acaso el viaje de Frodo y el resto de Hobbits no era un arco argumental enfocado al público más juvenil? ¿No existen guerreras en las dos trilogías de Peter Jackson ni en la obra de J.R.R Tolkien? ¿Es el color de piel un motivo para dejar de lado una serie?
Es cierto que el material de partida de El Señor de los Anillos: Los anillos de poder es más bien escaso al no tener acceso a los derechos de adaptación de El Silmarillion. Aún así, el trabajo se ha realizado con maestría, apostando completamente por una historia ambiciosa, que tras tres capítulos sigue sin conectar sus diferentes líneas argumentales; por un empaque visual de infarto, al que ninguna serie puede aspirar a día de hoy, y por un lore que prefiere contentar al fandom con nombres y referencias continuas a lo que ya conocíamos, que en presentar historias imposibles de narrar.
Si El Señor de los Anillos: Los Anillos de poder es opulencia, épica y ambición, tal y cómo lo fueron las últimas temporadas de Juego de Tronos, este spin-off apuesta por un formato mucho más contenido. Cómo si de una serie de intrigas palaciegas se tratase, el avance de La casa del dragón es rápido, y al mismo tiempo, excesivamente lento. Entre capítulos pueden transcurrir varios años, pero sus guionistas se toman tiempo en abrir y en cerrar tramas para llevarnos cogidos de la mano hacia la Danza de los Dragones que se avecina.
No por ser una serie menos ambiciosa que las últimas temporadas de Juego de Tronos es más criticable; no obstante, tengo la sensación de que La casa del dragón tiene el rumbo mucho más claro que esos episodios finales que nos decepcionaron hace no tantos años. En efecto, se nota la mano de George R.R. Martin en la construcción de los guiones.
Cómo he dicho al principio, creo que es injusto comparar La casa del dragón y El Señor de los Anillos: Los anillos de poder porque se han convertido en dos series independientes, que poco (o nada) tienen que ver (ni en fondo ni en forma) y que tan solo comparten una característica: la existencia de fandom tóxico que nunca sabe estar satisfecho con el resultado final, y que tratará de invocar el espíritu woke para quejarse de la representación femenina.
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