¿Habéis tenido que afrontar alguna vez ese duelo que surge cuando cancelan un juego por el que habías sentido cierto hype? Las sensaciones son más que amargas, independientemente de si tuviste que comprarlo a golpe de tarjeta... o con billetes y monedas si eres de esas personas empeñadas en vivir agarradas a la nostalgia del ayer. Y más aún cuando, como en mi caso, has ido saltando de un juego cancelado a otro con una buena dosis de mala suerte como si el mismo destino estuviera señalándote como responsable de ello y, sobre todo, implorándote que te estuvieras quietecito un rato para que el mundo del videojuego pueda sobrevivir.
Las amargas risas de tener que haber hecho múltiples recogidas de cable están ahí: he sido muy insistente en el gran potencial que poseía Anthem antes de que Electronic Arts decidiera dejarlo morir en un acto de compasión; también lo fui al reivindicar la original mezcla jugable entre el componente shooter y el RPG táctico de Disintegration meses antes de que sus responsables echasen el cierre; y, finalmente, algo parecido le deparó a Hyper Scape poco después de que estuviera dando a todos la vara con vehemencia sobre lo bien que aguantaría el tipo ante otros battle royale como Fortnite o Warzone, aunque sigue luchando por mantenerse a flote.
Es por eso que con estas líneas pido a esa fuerza etérea del cosmos que no ocurra lo mismo con Riders Republic. Que, si tengo que matar a un animal y beberme su sangre como sacrificio para el dios del videojuego y que no suceda, estoy dispuesto a convertirme en esa clase de pirado. Y, si digo esto, es porque estoy cansado de ver en una nueva propiedad intelectual el próximo gran referente de algo que nunca llega a ser, de comprobar cómo otros jugadores consiguen subirse a títulos como servicio que vuelan por si mismos mientras yo tengo que hacer el esfuerzo de mirar a mis amigos a los ojos y decirles: ''¿recuerdas el juego con el que tanto te di el coñazo? Pues lo han cancelado''.
No obstante, esta marabunta interna de deseos de que Riders Republic acabe sobreviviendo o, al menos, manteniéndose a flote lo suficiente como para que me dé tiempo a convencer a alguien de que lo juegue conmigo no se inspiran únicamente en mis intenciones de acabar con mi mala racha, sino porque no puedo concebir un mundo en el que no haya un juego en el que pueda competir con otros 50 energúmenos para bajar a toda velocidad por un terraplén de los que dan vértigo solo con mirarlos.
No es momento de que me ande con rodeos: todos sabemos lo mucho que le pica a Ubisoft la columna vertebral por dentro si no se propone diseñar un enorme mundo abierto que acoja el resto de partes jugables de su nueva franquicia. Y, precisamente, Riders Republic no podía ser una excepción a ello: ya sea en bicicleta, tabla de snow o en una especie de jetpack a propulsión, los paisajes que me imaginé surcando en la presentación a la que nos invitó la compañía se desdibujaban hasta un horizonte tan lejano que había que guiñar los ojos para poder comprender sus dimensiones.
Algo comprensible en el caso de Riders Republic; sobre todo, si tenemos en cuenta que el título trata de ofrecer una experiencia deportiva de carácter arcade cuyo atractivo depende, en parte, de que el escenario se sienta en sí mismo como un desmesurado patio de juegos. Según parece, Ubisoft volverá a recurrir a la filosofía de 'más grande es mejor'. Y, por mucho que me haya quejado de estas elecciones de diseño en el pasado con la pasión de señor mayor que le grita a las nubes sin motivo alguno, lo cierto es que no me queda otra que hacer un acto de hipocresía y decir que Riders Republic necesita un mapa tan grande como la tecnología lo permita.
Dejemos a un lado la tendencia que muchos jugadores tenemos de aislarnos en nuestra habitación en un ejercicio de disfrute culpable de la soledad para posar la mirada sobre la otra cara de la moneda que somos muchas veces: nuestro deseo insaciable de contactar con otros para compartir experiencias o competir contra ellos con la intención de hacerles un buen tea bag virtual cada vez que la oportunidad se nos presente por delante.
Riders Republic, en este mismo sentido, basa de forma completa su propuesta en esa unión entre distintas personas; en lanzar a decenas de ellas sobre el mundo abierto que antes describíamos para que compartan su tiempo en las diferentes actividades, carreras y pruebas que salpican el mapa. Es casi como si de un MMO se tratase por mezclar la satisfactoria instantaneidad de poder llevar a cabo cualquier actividad en el momento que deseemos y, por otro lado, la organización de ciertos eventos que tendrán lugar en el mundo en forma de carreras especiales que se llevarán a cabo a distintas horas del día.
La principal sensación que tuve durante la presentación de Ubisoft es que la mentalidad de Riders Republic se refleja a la perfección con esta última palabra. Principalmente, porque el juego cuenta con un tono festivo que incita a ver su mundo abierto como un patio de juego en el que despeñarnos en carreras a velocidades mareantes contra otros muchos jugadores que buscan exactamente eso mismo: sentir la adrenalina de reventarse a codazos con otras 50 personas bajando por un desfiladero, pero sin sacrificar la privilegiada y calentita posición que ocupamos en el sofá de casa.
Riders Republic parece tener muy presente la importancia de la palabra ''compartir'' al contar con una zona social común en la que emparejarnos en actividades con otros, personalizar a nuestro avatar o, simplemente, hacer migas con otros jugadores para, más tarde, tener que lidiar con el palo que supone tener la lista de amigos llena de absolutos desconocidos que te spamean con invitaciones a sus partidas... como si haber intercambiado dos palabras en una lobby fuera interpretado como un pacto de sangre que os uniría ya de por vida.
Se me mezclan aquí las enormes ganas de que Riders Republic me permita ponerme a los mandos para disfrutar de la experiencia que ofrece y, por otro lado, la impotencia de saber a ciencia cierta que la capacidad de supervivencia de este tipo de videojuegos a largo plazo depende del apoyo psolanzamiento que sus responsables le proporcionen. Una sensación que se intensifica al saber que esto último es un pez que se muerde la cola: a más gente se apunte a él, más contenidos irán llegando para el juego.
Por ello, esta es la demanda que lanzo al aire a falta aún de haber probado con mis propias manos Riders Republic: juguemos a este tipo de juegos, demos una oportunidad a aquellas propuestas que intentan que la industria se diversifique hacia otro tipo de experiencias que nos alejen de los tres o cuatro juegos a los que estamos hartos de jugar. Porque la vida son dos días y no quiero pasármela entera jugando solo a Fortnite.
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