La vida da mi vueltas, el tiempo pone a cada uno en su lugar; hay muchos refranes para concretar en una sola frase lo increíblemente complejo que es el funcionamiento del tiempo. Hay veces en las que su rueda no para de girar y, mientras piensas que estás avanzando hacia delante, tu yo del futuro se acaba reventando la nariz al darse de bruces con una etapa de su vida que creía haber dejado atrás. Quizás esto no se deba tanto a lo real, sino a lo calentito que se siente cualquiera al refugiarse en sus recuerdos. Y, en este mismo sentido, Final Fnatasy VII es una hoguera ardiente en el camino de la vida de mucha gente.
Esa es la razón por la que creo que Final Fantasy VII: Rebirth merece ser observado desde un prisma especial; como si tuviéramos que contemplar cómo se inspira en la obra original a través del gran caleidoscopio de la nostalgia. Pero esta vez, he de confesar que estos ojos no lo vieron desde ahí, sino desde una perspectiva mucho más ingenua: soy de esa gente que no jugó al título de 1997 en su día y acabó sumándose a la comunidad cuando jugó al remake de 2020.
Esa es la configuración inicial de este artículo, por lo que voy a intentar centrarme en lo que vi para contaros lo que hubo y, más abajo, centrarme en lo que viví para contarlos lo que había más allá de lo que hubo. Desde el principio del evento hasta el final, Final fantasy VII Rebirth desplegaba todas sus virtudes con la promesa implícita de llegar a convertirse en el futuro en algo histórico... Otra vez.
Cuando me senté en la silla enfrente de aquella PS5 y pulsé start para dar comienzo a la build de la preview, la pantalla mostraba de forma clara y directa que el evento se dividía en dos partes bien diferenciadas: dos demos centradas en elementos diferentes del juego para que tuviésemos la oportunidad de catar lo máximo posible en un lapso de tiempo reducido. Esto es lo que pude ver en cada una de ellas:
La primera demo consistía en una misión a modo de flashback donde Cloud y Sephirot tenían que hacer equipo de cara a librarse de un monstruo que estaba obstaculizando los trabajos de una mina. Realmente, esta parte de la preview constaba como un tutorial para la segunda, que es donde estaba realmente el meollo del asunto. Pero lo cierto es que aquí ya se podían apreciar algunas de las grandes novedades de esta segunda entrega del remake:
Teniendo en cuenta que una de las mayores quejas que se escucharon en torno a Final Fantasy VII Remake tuvo que ver con que era un juego más pasillero de la cuenta, tenía unas ganas increíbles de probar Rebirth y sus zonas más abiertas. ¿Libertad en estado puro? No es un juego de mundo abierto, pero me sirve si el resto del juego es como lo que pude probar en la demo, dado que el nivel de la misma era bastante amplio y estaba repleto de cosas para hacer:
Llevo varios minutos escuchando como una parte de mi me grita ''Mucho texto'' desde dentro de las entrañas por lo que, ahora que me he quitado de encima lo que percibí del juego con los sentidos, ya puedo hablar de lo que percibí con el corazón. Final Fantasy VII Rebirth logró transmitirme mucho más en una hora y media que algunos juegos que te duran varios meses. No encuentro las palabras exactas para describir lo que me hizo sentir, pero sí tengo claro cuáles fueron los elementos del juego que hicieron que me fuera de allí con una sonrisa en la cara que me sirvió para aguantar el trayecto de 50 min de vuelta en metro hasta mi casa.
De hecho esa misma sonrisa ha vuelto cuando he tenido que ponerme a hablar del juego una vez más y todo tiene que ver con la constante sensación de epicidad que se proyecta sobre el juego como una sombra de lo que la gente pudo vivir en el original. Por cada plano con el horizonte tambaleándose ante nuestros pies, en cada nota de esa banda sonora increíble que pone todo lo que vives a varias revoluciones más, en cada ataque y sinergia que hace que, por momentos, confundas el juego con un anime...Por fin empiezo a comprender a aquellos que tenéis el corazón atado al juego de 1997 de formas imposibles y no sabéis la alegría que siento al pensar en que otras muchas personas como yo podrá vivir lo que significa la saga desde las tripas.
Este ha sido un artículo sobre mi breve experiencia con la segunda parte de un remake que hizo que me subiera al barco de Cloud y compañía. De como Final Fantasy VII Rebirth ha logrado que me reconcilie con uno de los puntos ciegos más cruciales que tengo como jugador. Hoy tengo la oportunidad de hablar desde la intención de crear puentes entre un fan de Final Fantasy de toda la vida y uno que lo es desde hace no mucho.
Todo ello mostrando que Rebirth huele a obra maestra y que puede convertirse en un concepto eterno que no entiende de divisiones temporales, porque es una obra que existe al mismo tiempo en el pasado, en el presente y en el futuro. Porque es algo que insta a establecer puentes entre comunidades; porque me ha ubicado en el punto contradictorio en el que conviven mis ganas de disfrutar del hype por esperar al juego y las ansias de que llegue ya para acabar con esta brillante intranquilidad. Quizás me esté flipando un poco con todo esto y probablemente sea pronto para decirlo, pero qué tristes serían los videojuegos sin esa ilusión a menudo desconcertante; qué tristes serían los videojuegos sin Final Fantasy VII.
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