En muchas ocasiones no se trata de adaptar premisas o arquetipos a nuevos contextos, sino de entender que cada historia precisa de sus propios símbolos. En los últimos años Hollywood ha intentado sustituir el modelo de héroe bañado en testosterona por una mujer nacida de la misoginia habitual en la industria durante casi toda su historia. Karyn Kusama ha entendido siempre que lo importante no es el género, sino las emociones y las vivencias de los personajes. Tanto en "Girlfight" como en la desconcertante "The Invitation" las diferencias de edad y género desaparecen para establecer una tensión narrativa ajena a las imágenes. Inexplicablemente ausente de las nominaciones a los Oscar, "Destroyer" supone una bala mortal a la heteronormatividad del cine.
Podría perderse en la fuerza de su presentación, pero Kusama sabe lo que quiere y no lo suelta hasta conseguirlo. Vender una película por un solo elemento, y además superficial, es peligroso. La directora sin embargo lo tiene claro al establecer diálogo con el espectador. Aparece en escena una Nicole Kidman con el rostro desfigurado, hipnotizando en cada plano, y creando un efecto centrifugador del que no escapa nada. Sin embargo, el cambio físico de la estrella no es tanto un leit motiv para deleitarse con la habilidad del departamento de maquillaje, sino tan solo un macguffing para perfilar una deconstrucción convincente del cine policíaco.
"Destroyer" sigue la senda que "True Detective" ha marcado durante los últimos años, pero no tarda en separarse de ella. Mientras la ficción de Pizzolato chapotea por la superficie del drama utilizándolo como pretexto para sus metas narrativas de turno, Kusama convierte al propio drama en el centro de la acción; su historia, presentada valiéndose de tropos y clichés del género, no aporta nada nuevo que no se haya visto decenas de veces antes. Es la complejidad de la protagonista la que convierten la experiencia en un grave sostenido durante dos horas.
Erin Bell es una mujer atrapada en un pasado traumático. Desde su posición como agente de policía de Los Ángeles ha sido testigo del inframundo más deshumanizado de la ciudad, y de lo caprichosa que es la vida. Con una hija a la que no comprende, y un error que la sumerge en sus propios miedos, Erin ahora debe enfrentarse al destino, cerrando ese pasado que nunca llegó a solucionar. Tras la llegada de un paquete misterioso y un asesinato que parece fruto de una reyerta entre narcotraficantes, la detective se embarca en una catábisis de venganza autodestructiva sin retorno.
Su rostro demacrado no pretende ser un elemento artístico caprichoso, sino una ventana al interior de un alma destrozada. El viaje de Erin es un periplo a la desesperación más negra del ser humano, y Kusama se lo toma con paciencia para saborearlo. Estamos ante una cinta policíaca en la que uno podría esperar acción, tiroteos, y tramas con soplones-trapicheos de por medio. Todo eso está presente en "Destroyer", pero tan solo como un contexto en el que la protagonista se mueve de forma automatizada. Erin es veterana, tiene fuentes en la ciudad, y se salta las reglas del juego porque no tiene miedo a exponerse. Y ese es uno de los puntos clave de la cinta.
El arrojo que muestra en todo momento la protagonista invita a estar siempre bailando sobre el borde del cuchillo. Las escenas están dispuestas con un tono edgy justificado que mantiene la tensión del metraje de forma sorprendentemente bien. Mientras Erin se dirige a toda velocidad y sin frenos hacia un callejón sin salida, la película nos deleita con una realidad deformada en la que la vida no tiene ya ningún valor. Todo fruto de un cóctel interior que termina por explotar de forma catártica, demostrando que las sospechas no eran casuales, y que teníamos delante el derrumbe pieza a pieza de una persona.
Tanto el lenguaje general como las interpretaciones del resto de personajes refuerzan esa idea de soledad en la que se ha refugiado Erin. A través de flashbacks efectivos Kusama va induciendo el pasado de la detective, dando contexto a cada una de las grietas que dibujan su rostro. Sebastian Stan se muestra correcto como puntal romántico de la trama, mientras que Toby Kebbell entrega uno de los villanos más perturbadores de los últimos años. El nivel medio del reparto es notable, rozando en determinadas escenas el sobresaliente, pero sigue estando siempre un paso por detrás de Kidman. Y es que esta hace de su maquillaje un catalizador para encarnar una depresión abrasiva que acongoja.
Ahora bien, no todo termina de funcionar en la película. Durante el último tercio de metraje Kusama se pierde en sí misma cayendo en la reiteración, y alargando determinadas escenas más de lo necesario. El final satisfactorio se ve empañado por un aterrizaje lento y farragoso en el que la directora intenta plasmar gráficamente lo que la trama ya había transmitido de forma indirecta. "Destroyer" es una bestia imperfecta que intenta siempre dar más de lo que puede, y que en muchas ocasiones no lo consigue. Su clímax es frustrante, pero el viaje acompañado por uno de los personajes más interesantes y complejos que han pasado por la gran pantalla en los últimos años, es tan desgarrador como maravilloso.
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