Todo viaje tiene un principio y también un final. Aunque "Dororo" se enfrenta todavía a la mitad de su temporada, los acontecimientos de la pasada semana han empujado al anime a un cierre climático que parecía cocinarse para un punto mucho más avanzado de la historia. Y es que Hyakkimaru ha aprendido mucho desde que emprendió el camino, pero no lo suficiente como para recomponer su cuerpo. Y ahora se enfrenta no solo al miedo de un padre que quiere desterrarle junto al pasado, sino también a la curiosidad y la envidia de un hermano que nunca recibió el amor de una familia sumida en el arrepentimiento. ¿Cómo gestionar este pastiche de extremos sin vender todas las cartas de la producción?
Tal y como ya sucediera con el arco de Mío, en esta ocasión MAPPA opta por dividir los acontecimientos en dos episodios. Algo que no solo permite gestar la narrativa de forma más calmada, sino que porta cuerpo y peso a cada uno de los acontecimientos. Y eso es algo que se deja sentir desde el primer minuto de "La maldición de Banman", un arco compuesto por un macguffing manifiesto tras el que se esconde el núcleo principal del anime; el conflicto familiar de los Kagematsu. Sí, ese apellido que hasta ahora solo venía ligado a Daigo, el villano que Tezuka utiliza como leit motiv del protagonista, ahora se extiende y se convierte en el pilar contextual de la serie.
Pero para llegar hasta ahí Furuhashi nos pone de por medio contenido de distracción que si bien no aporta nada crucial a los personajes, sirve para construir la tensión hacia la que se dirige la trama. Se repite el esquema; Hyakkimaru y Dororo llegan a pueblo, conocen a ciertos aldeanos en cierta forma importantes para el devenir de su visita, y se topan con el ghoul de turno. El estudio sigue las mismas reglas de siempre, pero el contenido en esta ocasión disuena con la forma. ¿Por qué? La aldea es el pueblo originario de Hyakkimaru, y el demonio de turno es la criatura que sirve de puente para reconducir la acción hacia el punto de origen donde comenzó el anime.
MAPPA es consciente de las piezas que tiene dispuestas en el tablero, y sabe cómo utilizarlas en todo momento. Algo que se percibe en las primeras escenas del episodio. El encuentro entre hermanos genera una tensión que desborda la pantalla, y que es capaz de transmitir todo lo que hemos ido absorbiendo a lo largo de los meses con tan solo un par de miradas. Incluso Dororo, quien siempre se había mostrado extrovertido con los desconocidos, siente la conexión tan especial que existe entre Hyakkimaru y Tahomaru; dos hermanos separados al nacer, y colocados en vidas completamente antagónicas. Pero ese cruce no es más que el gimmick que utiliza Furuhashi para establecer el tono.
Hay una intención manifiesta de dar una relevancia especial a todo lo que acontece a partir de este punto. El ritmo vuelve a ralentizarse, y se repiten los tropos efectistas. Los protagonistas se van a pasar el día al pueblo, mientras entre bambalinas se cuecen dos tendencias opuestas. La de Daigo y su mujer tras recibir la noticia de que su hijo desterrado está en la aldea, y la de un Tahomaru cada vez más insistente y curioso. Y es que el secreto que tantos años escondieron sus padres por fin está a punto de explotar. Ahora bien, quien debería estar más afectado, es quien parece más solemne.
Mientras todo se desmorona a su alrededor, Hyakkimaru permanece impasible. Ya no solo frente al zorro de fuego de turno –algo habitual en su comportamiento-, sino también delante de su familia. MAPPA logra a través de la inexpresividad de su rostro generar un velo de misticismo tras el que es imposible dilucidar si hay odio, rencor, o indiferencia. Y eso es precisamente lo que ayuda a confeccionar una ambigüedad explícita. Durante el primer encuentro entre los hermanos, Hyakkimaru no logra ver ni maldad ni bondad en Tahomaru, signo de la arbitrariedad que rige ese universo en guerra. Una metáfora que resume los actos del protagonista a lo largo de todo su viaje; ¿El fin justifica los medios?
La cuestión se traslada al propio Daigo. ¿Tenía derecho a sacrificar a su hijo para salvar al pueblo? Tezuka redobla la apuesta, y pone en entredicho las conclusiones del espectador antes incluso de que llegue a ninguna. Y lo hace durante todo el episodio. Lo plasma a través del amor ciego que siente el pueblo por su gobernante, y lo cuestiona utilizando el dolor de la madre como ruptura de la cuarta pared. En ese momento "Dororo" parece girarse sobre sí mismo para poner sobre la mesa un egoismo impertérrito.
El enfrentamiento abierto entre colectivismo e individualismo alcanza sus notas más agudas en este episodio. El dolor sirve de justificación para hacer el mal, pero se representa desde una óptica positiva entendiendo el contexto. Y eso eso se traslada a los protagonistas. Justificaciones varias de asesinatos, mentiras, y traiciones. En el caso de Daigo la diatriba se hila sola gracias al despotismo que desprende. En Hyakkimaru es más complicado de percibir, y ni siquiera termina de ser una certeza. Sin embargo ahora ha llegado a un callejón sin salida.
Enfrentarse a su enemigo principal le obligará a tener que rebajarse a su mismo nivel. Será el primer obstáculo del camino en el que lidiará además con un componente emocional importante. Una implicación mayor aún que cuando perdió a Mio, y el dolor de aquello todavía colea. ¿Cómo afrontará a su propio padre? MAPPA sabe disolver la atención en varios focos para no saturar el clímax; la captura de Dororo a manos del clan Asakura, la llegada de Biwamaru al santuario de los demonios, y el encuentro de Tahomaru con esa misteriosa mujer. Una marea de preguntas que dejará una marisma de respuestas dolorosas. Bienvenido sea el schadenfreude.
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