Renegar de introducciones para tejer nudos imposibles es algo que el cine lleva cocinando desde hace décadas. Aunque el referente comercial que más viene a la mente es Saw, lo cierto es que no pocos directores han conseguido crear productos asfixiantes exprimiendo presupuestos ridículos. Prueba de que el miedo no es producto de monstruos ni trucos visuales de gran coste, era "Cube", la obra magna de VincenzoNatalie, de la que tantas otras cintas han bebido desde su estreno hace más de dos décadas, y con la que el español Galder Gaztelu-Urrutia ha creado las bases de su propia ópera prima. "El Hoyo" (The Platform), sin embargo, no es solo fruto de una inspiración explícita en el cineasta americano, sino que vuela muy por encima de la condescendencia, extrayendo de lo familiares sabores desconocidos.
Mucho con poco
Sitges, cuna del fantástico internacional, ya se deleitó hace unas semanas con este particular ejercicio de crítica social. No es casualidad que la cinta protagonizada por Ivan Massagué se llevara de allí el máximo galardón. Sus señas de identidad, entendiendo los gustos de este certamen, explotan hasta límites impensables unas ideas que sobre el papel son increíblemente sencillas. Individuos que se despiertan en un lugar desconocido, instalaciones tétricas y/o desconcertantes, y unas reglas de juego que aportan el picante al mejunje. En apenas 10 metros cuadrados se desarrolla un thriller que da sus primeros pasos en el misterio y el humor negro, para poco después empezar a empaparse de temas sociopolíticos de gran envergadura. Ahora bien, las conclusiones que la cinta mastica hasta hacer papilla para el espectador, no llegan al nivel de efectismo y satisfacción que genera una de las atmósferas más opresivas que se han visto en los últimos años.
Seguir la perversión habitual en este subgénero habría condenado a "El Hoyo" a la intrascendencia. Gaztelu-Urrutiase separa con habilidad del terror más torticero, con un horror de corte psicológico abierto a muchas más interpretaciones. Ahí introduce la principal virtud de su trabajo; un mecanismo de distribución individualista, que rehuye del grupo y el sentido de pertenencia, para depositar el bienestar sobre la autonomía individual de cada sujeto. En más de doscientas plantas atravesadas por un agujero central, duermen miles de presos agrupados por parejas. No pueden ni subir ni bajar, solo esperar a que una plataforma descienda por el hueco con la comida que los individuos de plantas superiores dejan al resto. ¿Cuál es la gracia? El piso asignado varía una vez al mes, siempre de forma aleatoria; convirtiendo la distribución de la riqueza en un factor sobre el que no tiene influencia el individualismo al que tanto apelan los neoliberales. Sin distinción por habilidad, inteligencia o herencia, la jerarquía de esta pirámide se acoge exclusivamente a la solidaridad humana.
En busca de imposibles
Goreng, el desgraciado al que da vida con pasión Massagué, no tarda en descubrir la perversión detrás del sentimiento de supervivencia. Pese a que la comida dispuesta desde la planta cero es abundante y glamurosa, su consumo no viene acompañado de ningún tipo de razonamiento. Todos comen hasta saciarse, ignorando si el de abajo se muere de hambre. Esa incapacidad de empatía es lo único que diferencia al protagonista en los primeros compases, y lo que permite poner en marcha una revolución interna. No hace falta explicar que con este planteamiento las conclusiones son más que obvias. No es necesario verbalizar nada para que la trama vaya conectando escenas con ideas. Y aún así el cineasta decide emborracharse de espíritu "nolaniano", poniendo en boca de los personajes cada matiz, cada interpretación, y cada intención escondida detrás del guion. La obsesión por guiar al espectador de la mano, termina convirtiendo, lo que podría haber sido una crítica elegante, en un paseo torticero y sin mucha gracia. Claro que la polaridad norte-sur, pobre-rico, progresista-conservador, sigue estando ahí, pero no suscita interés alguno.
¿Por qué se habla entonces de "El Hoyo" como una de las grandes propuestas españolas del año? La respuesta se encuentra en las formas. En cómo el libreto de David Desola, PedroRivero hila con cuidado una sucesión de acontecimientos que no requieren de ningún virtuosismo técnico. El éxito de la producción recae enteramente sobre las interpretaciones, y en ese sentido, el bilbaíno se cuenta con unas estrellas venidas a más. Empezando por el mencionado Massagué, y siguiendo por un reparto de secundarios que en pocos minutos logra equipararse a la altura del propio protagonista. Aunque los presos de esa cárcel siempre están a merced de fuerzas sobre las que no tienen control, la intensidad de las actuaciones consigue en ciertos momentos desdibujar las líneas entre personaje y escenario. No es extraño que el tramo ocupado por Trimagasi (Zorion Eguileor) llegue a brillar incluso por encima de la trama principal; o que la aparición inesperada de Miharu (Alexandra Masangkay) acabe por ensombrecer la evolución y aprendizaje de Goreng. Y es el desapego que demuestra Gaztelu-Urrutia hacia todos estos fracasados sociales, lo que permite sintetizar esa ida y venida de sorpresas permanente.
Conclusión
El viaje no termina conduciendo al final prometido, pero sí deja grandes pinceladas de genialidad. No es lo que podría haber sido, pero "El Hoyo", con sus errores y sus aciertos, acaba por madurar en una de las propuestas de ciencia ficción más llamativas y jugosas que se recuerdan. Buena premisa, mejor reparto, admirables valores de producción, todo ello conduce a un conjunto admirable. Y sí, tenía capacidad para convertirse en la "Snowpiercer" española, pero se conforma con buscar rimas más lúdicas. Que no es poco.
La ópera prima de Galder Gaztelu-Urrutia se empapa de referentes clásicos del terror para encontrar un espacio donde las sorpresas son constantes. No es Cube ni Saw, pero en sus formas encuentra referentes explícitos que aprovecha para confeccionar críticas sociales más cercanas a Snowpiercer. En sus formas termina encontrando el esplendor.