Soy consciente de que los números no dicen lo mismo, pero creo que Fast and Furious ha perdido la magia con la que nos atrapó hasta la quinta película. Hablo de una franquicia que supo redimirse a sus complicados inicios, fomentando una acción 'a pequeña escala', y bebiendo de referentes como Misión Imposible o Transporter. Ahora, en cambio, la saga se parece mucho más a Transformers de lo que a mí me gustaría.
Como digo, sé que cada entrega arrasa más que la anterior en la taquilla mundial, pero esto no es un indicativo de que haya perdido la frescura, y por qué no decirlo, el rumbo por completo. Fast and Furious ya no va tanto de la familia como antes; ahora trata sobre qué villano es más grande que el anterior, cuál es la acrobacia más espectacular y cómo gastar 200 millones de dólares de la forma más atractiva visualmente.
Fast and Furious tiene varios problemas de base, pero el más peligroso para mí es que defrauda a su propio legado: actores que llegan con nuevos personajes, y que a las pocas entregas se van. Al final, en una saga con 10 películas necesitas cierta continuidad, y sigo sin comprender por qué no ataron a Dwayne Johnson para los proyectos que restan, por mucho que haya discutido con Vin Diesel en el rodaje en más de una ocasión.
Pero ojo, hablamos de decepcionar porque también lo hacen con la audiencia. ¿Cuántas veces hemos leído que Fast and Furious es una franquicia sobre la familia? ¿Sobre la unión y el amor fraternal? Porque desde la muerte de Paul Walker y el precioso homenaje que le hicieron, no encuentro este elemento por ninguna parte. Solo en Toretto y Leticia se vislumbra algo parecido a un hogar, y este salta siempre por los aires al comenzar cada entrega.
Tampoco quiero terminar de hablar sobre la caída libre de Fast and Furious sin mencionar la falta de verosimilitud que se observa en la mayoría de escenas. Sobre todo, desde la sexta entrega, se apuesta por secuencias espectaculares, pero carentes de realidad. Y esto no ocurría con la primera parte de la saga: las carreras de coches eran 'caseras', 'amateur' y se notaba de verdad el esfuerzo que requerían de sus protagonistas.
Ahora, saltar de un edificio a otro sin un rasguño es mucho más fácil que comerse un kebab a las 03.00 de la mañana en Granada (es sencillo, ve a Pedro Antonio de Alarcón). Lo mismo ocurre con abandonar un avión en marcha y caer sobre un páramo gélido. Parece que la nieve hace las funciones de cama elástica.
Por esto, desde hace varios años comparo Fast and Furious con Transformers, con la única diferencia de que esta última saga es de ciencia ficción y fantasía, y la primera solo de acción (al menos, que yo sepa). Y aún así, es importante recordar que la verosimilitud es obligatoria incluso en Harry Potter aunque no exista la magia.
El final de Fast and Furious llegará con la undécima película, y salvo spin-off (lo dudo, porque Hobbs and Shaw no tiene todavía luz verde para una secuela), no habrá más carreras surrealistas e inverosímiles. Ahora bien, por desgracia, 'la pela es la pela', y creo que Universal Pictures hará todo lo posible para revivir la franquicia en un futuro a corto o medio plazo tras su cierre definitivo. Solo pido, en ese caso, una vuelta a los orígenes, a ese tunning y personalización que llevaban a cabo unos chicos humildes de barrio, y no el nuevo equipo de los Vengadores.
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