Hablar de Obsidian es hablar de auténtico éxito, de un estudio que consigue poner calidad en cada una de sus obras , las cuales siempre encantan entre los fans. Sin embargo, como muchos sabréis, el estudio ha pasado por etapas difíciles durante los últimos años, llegando a tener que recurrir a una campaña de crowdfunding para lanzar a la desesperada un proyecto que supondría una apuesta a vida o muerte: Pillars of Eternity.
Por suerte para toda la industria, Pillars of Eternity fue un éxito desde el primer momento, batiendo récords de recaudación para, posteriormente, llegar al mercado y enamorar a usuarios y crítica con una propuesta de rol clásico que se ha vuelto uno de esos clásicos modernos prácticamente indispensables. Y ahora, en una época en la que el rol más puro parece volver de moda con obras del calibre de Divinity: Original Sin II, Obsidian vuelve con la secuela del título con el que lograron sacar las castañas del fuego. Pillars of Eternity II llega con el listón muy alto. ¿Estará la obra a la altura?
Hace unos cuantos meses que llegaba al mercado Divinity: Original Sin II, una obra de rol de corte muy clásico que conseguía dominar a la perfección todo lo que el rol ha hecho a lo largo de muchos años, llegando a superar a las obras clásicas del género y situándose a la altura de auténticas obras de culto como Fallout 2 o Planescape: Torment. Sin embargo, Pillars of Eternity II va por un camino algo distinto; a pesar de que la obra de Obsidian recoge el testigo de la anterior entrega y sus bases se encuentran en el rol clásico, es capaz de introducir ciertos cambios y beber de videojuegos más recientes como la saga The Witcher o los Fallout modernos para ofrecer una experiencia que, realmente, se siente como la auténtica evolución del RPG puro.
Obsidian no ha tenido miedo a crear una secuela en la que se toquetean diversos sistemas del juego original. El primer punto en el que esto sale a relucir es en la libertad. Si la primera obra nos dejaba bastante libertad, esta secuela lleva este aspecto a un nuevo nivel abriendo al jugador todo el mapa desde prácticamente el comienzo. Todos los hechos transcurren en el archipiélago de Llama Extinguida (Deadfire), una zona que parece imitar en muchos aspectos al Caribe, y que está compuesto por numerosas islas más o menos grandes que podremos explorar desde un comienzo.
Esto tiene su parte mala, y es que si somos nuevos en la saga o el género, las opciones que se nos ofrecen desde el comienzo pueden llegar a ser abrumadoras. Tenemos miles de opciones, miles de lugares que explorar, decenas de misiones y objetivos, tanto primarios como secundarios, que se amontonan mientras siguen surgiendo nuevas misiones con cada paso que damos. Para un jugador moderno, más acostumbrado a videojuegos que le dan la mano y le guían, esto puede ser un sufrimiento. Pero, si somos capaces de aguantar estos primeros compases sin arrancarnos los pelos descubrirermos un universo tremendamente rico, que se abre a nosotros y nos ofrece contenido variado y de calidad en cada una de sus esquinas.
Uno de los puntos en los que más destaca Pillars of Eternity II es en ser capaz de cambiar de ambientación, explotando a la perfección las posibilidades que ello ofrece. Alejados de la fantasía clásica al estilo Dragones y Mazmorras, tan presente en el género del rol, Obsidian nos pone en esta ocasión en un archipiélago que, como os comentábamos, no tiene su inspiración no en fantasía medieval sino en el Caribe del siglo XVIII. Esto, que apriori podría ser simplemente una excusa para una nueva historia, es algo que Obsidian ha logrado explotar a través de un genial trabajo en el diseño de toda la zona.
Desde el nivel argumental hasta las misiones y las posibilidaddes que tenemos, todo en esta secuela gira en torno a la mar, al comercio por esta vía, a los grandes buques y, cómo no, a la piratería. Sorprendentemente, Sea of Thieves no es el mejor juego de piratas en lo que va de año, sino que ese título se lo ha robado Pillars of Eternity II. A lo largo de la obra tendremos decenas de maneras de acumular riqueza y cada una de ellas está enormemente trabajada, tanto a nivel jugable como argumental para ser coherente con el universo de la obra. Podremos hacer de marinos mercantes con nuestro buque, explotar los recursos de este archipiélago o convertirnos en piratas; lo que haga falta para hacer fortuna y convertirnos en aguerridos lobos de mar.
Y aquí entra en juego otro de los puntos más interesantes de la obra y que supone una gran novedad respecto al juego original y, en general, respecto a las obras de rol. El barco no es solo nuestro medio de transporte, en nuestra herramienta, nuestra casa y nuestra mejor arma. Los combates marítimos juegan un papel importante y, con varias decisiones estratégicas involucradas, son uno de los puntos más acertados de toda la obra. Los mares son un ligar peligroso en donde acechan peligros y muchas veces, cuando nos enfrentamos a otro buque, tendremos que tomar la decisión de intercambiar cañonazos hasta hundirlo, acercarnos para lanzar un abordaje si nuestro armamento es inferior, o simplemente huir en caso de que podamos.
Sin embargo, esta vida de marino que vivimos aguarda también algunos problemas. Aunque de principio se nota trabajada y es divertida a todos los niveles, a medida que avanzamos, como es lógico, hacer dinero y completar los diferentes encargos puede llegar a hacerse repetitivo. Al fin y al cabo, la vida del mercante no es tan divertida como la del pirata.
En cuanto al combate como tal, a pie, nos encontramos con un sistema muy similar al de la primera entrega, pero que hace algunos reajustes. Por un lado, el tamaño de nuestro escuadrón se reduce a 5 personajes, limitando las opciones y haciendo el combate ligeramente más accesible. Por otra parte, el sistema de progresión también ha sufrido cambios y ahora es posible mezclar clases a la hora de elegir las habilidades y atributos, contando con diferentes subclases intermedias y ofreciendo mayor libertad a la hora de elegir cómo queremos que luchen nuestros personajes. En general, la dificultad se mantiene elevada, aunque contamos con un selector para ajustarla al gusto de cualquiera, y todo lo que tiene que ver con los combates y personajes sigue muy fiel a lo visto en el Pillars of Eternity original.
Respecto a la historia que Pillars of Eternity II propone, nos encontramos con una secuela que continúa los hechos acaecidos en la entrega original. A pesar de que no se trata de una secuela directa y no es estrictamente necesario jugar al original para disfrutarla, quienes lo hayan hecho podrán entender mejor la historia principal y, sobre todo, cargar una partida de la primera entrega con ciertas decisiones tomadas que afectan en cierta medida al desarrollo de esta entrega. Para ponernos en contexto, este videojuego nos pone en la piel del Observador, mismo protagonista que en su precuela, el cual despierta en su barco con apenas recuerdos. La premisa es que uno de los dioses de este universo nos ha arrebatado cierta parte de nuestra alma y ha causado estragos en todo el archipiélago de Llama Extinguida; el resto de dioses nos han elegido a nosotros (otra vez) para que nos pongamos manos a la obra y vayamos en busca y captura de este dios rebelde.
En general la historia no se nota mal creada, pero llegado cierto punto no muy avanzado, el juego desvela de forma bastante clara cuál es el rumbo que nuestro objetivo ha tomado. Sin embargo, aquí llega uno de los pocos puntos flacos de la obra de Obsidian, y es que sufre de lo que me gusta denominar como el síndrome de The Witcher III. La historia principal del juego nos exige urgencia. Hay un dios que está destruyendo todo a su paso y tenemos que pararle los pies. Pero, sin embargo, el resto del juego nos exige calma, nos pide que nos paremos a explorar cada pequeña isla, nos pide que completemos las misiones secundarias, que gastemos tiempo en diseñar nuestras propias rutas marítimas y que disfrutemos del archipiélago de Llama Extinguida, mandando a la porra la urgencia de la caza de un dios.
¿Es esto un fallo? Lo cierto es que, para mí, lo es. La historia principal no solo queda relegada a una segunda posición sino que sus propuestas se contraponen a las del resto del mundo, haciendo que la obra como conjunto quede algo inconexa. Pero que sea un fallo no quiere decir que, en el fondo, no me guste. Igual que ocurre con The Witcher III, este fallo viene provocado por la enorme calidad del universo del videojuego, por todo lo que propone y por lo bien construido que está todo lo que rodea a la historia principal. Si bien es cierto que todo lo que concierne a la caza del dios se podría haber llevado mejor, el juego logra atraparnos en su mundo y eso es más que un acierto.
Como os contábamos, no solo lo que concierne a la jugabilidad está bien llevado, sino que la narrativa también está enormemente trabajada en Deadfire, pese a que la historia principal sea uno de los puntos más flojos de la obra. La manera en la que se conforma el archipiélago que visitamos, con sus conflictos, sus facciones, sus peligros y sus bondades, es absolutamente increíble. Inspirado en el Caribe del siglo XVIII nos encontramos con un auténtico mundo de piratas en el que, casualmente, estos parecen los menos malos. A lo largo de nuestra aventura podemos hablar, unirnos e inmiscuirnos en diferentes facciones; hay piratas crueles de verdad, indígenas que luchan contra los colonizadores, mercaderes que luchan por su vida y grandes compañías imperialistas que expolian el archipiélago para llevar los productos al continente. Así, Pillars of Eternity II difumina la línea entre el bien y el mal; todos son malos y todos son buenos (excepto los imperialistas, esos siempre son malos, como en la vida real).
Por otra parte, destaca lo bien hiladas y conectadas que están las historias de los personajes que podemos unir a nuestro grupo (que cuentan con sus propias series de misiones) con la historia principal. Todo resulta interesante y se siente como un producto muy cohesionado a nivel narrativo, en el que cada briza de hierba tiene su razón de ser y nada está dejado al azar, haciendo de la experiencia algo realmente agradecido para el usuario.
Y, por si todo esto fuera poco, este espectacular mundo reacciona a nuestras acciones. A medida que nos vamos aliando con alguna de las facciones presentes, las influencias en el archipiélago van cambiando; podemos ver cómo alguna de las facciones, con nuestra ayuda, va logrando sus objetivos y sometiendo a las demás, llevando a ciertas disputas y tensiones que consiguen mantener el interés del jugador en este mundo a lo largo de un enorme puñado de horas.
A nivel artístico nos volvemos a encontrar con una obra sobresaliente. El cambio de ambientación le sienta de lujo a la obra y este toque más paradisíaco consigue sentirse diferente al resto de obras del género a la par que resulta bonito a la vista. A pesar de que se trata de una obra que no es demasiado potente a nivel visual, tal y como demuestran sus bajos requisitos, Pillars of Eternity II es capaz de resultar atractivo visualmente.
Entrando en temas más técnicos, nos encontramos con una obra muy sólida, que no nos ha dado problema alguno de rendimiento y que, a pesar de su enorme mundo abierto, apenas cuenta con bugs, y ninguno de ellos importantes. Destaca también el hecho de que llegue traducido al castellano, dada la importancia de los textos y, aunque es cierto que aún cuenta con fallos en este punto (como el hecho de que no reconoce el género del personaje y usa el femenino por defecto), los propios responsables han confirmado estar trabajando ya para solucionarlo.
Es posible que estemos viviendo una nueva época dorada del RPG más puro. Frente a todas estas propuestas de acción como los Fallout y The Elder Scrolls modernos o The Witcher surgen videojuegos valientes que reivindican el RPG de los años 90 con tanto éxito como Divinity: Original Sin II. Sin embargo, Obsidian ha sido capaz de dar un paso más allá y, sin abandonar el RPG clásico, añadir elementos modernos como un mundo que roza el sandbox y un cambio de ambientación que, siendo realistas, ha salido espectacularmente bien.
Gracias a la construcción de su mundo, a las posibilidades jugables y narrativas que ofrece el archipiélago de la Llama Extinguida y de las que Obsidian ha sabido sacar provecho, la secuela de Pillars of Eternity es uno de los mejores juegos de rol de los últimos años. Si bien es cierto que la historia principal queda un poco descolgada, la calidad del mundo creado por Obsidian es capaz de atraparnos desde el primer momento, dándonos opciones y libertad para ser quien queramos ser en una obra que, sin duda, muchos de nosotros recordaremos durante mucho tiempo.
Es difícil que una obra de estas características llegue a ser candidata a Juego del Año, y más teniendo en cuenta lanzamientos como God of War, Celeste y los que aún quedan por llegar. Sin embargo, por calidad y méritos, bien podríamos estar ante uno de los mejores juegos de todo 2018. Desde luego, sea como fuere, Pillars of Eternity II: Deadfire es una de las obras maestras del género, una nueva clase de Obsidian y un videojuego que nadie debería dejar escapar.