La semana pasada surgieron a través de las redes uno de esos debates que están encaminados a evaluar el rendimiento actual de un juego cuya popularidad se hace notar dentro de la industria: #RIPFortnite surgía el pasado fin de semana como un hashtag en Twitter que ponía en tela de juicio el estado actual de Fortnite pero, sobre todo, la irracional idea de que no todo tiene un final.
La discusión se arremolinó en torno a una serie de factores cuyo eco lleva escuchándose dentro del sector desde hace meses. Y, aunque bien sea cierto que las palabras ''Fortnite ha muerto'' se encuentren aún muy alejadas de la verdad, no podemos obviar que el battle royale se encuentra en una situación muy dsitinta a la que atravesaba en temporadas anteriores o, dicho con otras palabras, que ya no es lo que solía ser.
Es por ello que en este artículo hemos querido recoger los mayores problemas que deberá atajar el battle royale de Epic Games; sobre todo si quiere que las revueltas aguas que ya circulan en el variado mar de opiniones que podemos contemplar no lleguen a convertirse en la tormenta que deje a Fortnite en el ojo del huracán.
Aunque pueda parecer un detalle cuya relevancia sería menor dentro del cómputo global de los factores que llevan generando cierto descontento en la comunidad desde hace tiempo, no podemos obviar la influencia que los creadores de contenido han tenido en el apogeo de Fortnite durante sus mejores épocas. Y, precisamente, una de las mayores razones por las que el battle royale no da la imagen al público de ser tan popular como antes, es porque las figuras que eran capaces de arremolinar cantidades ingentes de público alrededor del juego, optan cada vez con mayor frecuencia por otro tipo de propuestas.
Y es que, además de algunas decisiones de diseño que no han terminado de gustar a algunos de los streamers más reconocidos de la comunidad, la razón por la que muchos creadores de contenido están abandonando Fortnite pasa, precisamente por esto mismo: la creación de contenido es más complicada si hay menos contenido al que acudir, lo cual nos lleva al siguiente punto.
Hemos estado acostumbrados a que Fortnite haya ido recibiendo contenidos y actualizaciones que cambiaran los paradigmas de su jugabilidad demasiado tiempo. Lo que antes era buscar la saturación del jugador ante las incesantes novedades relevantes que llegaban al battle royale se han convertido, esencialmente, en largos tramos de tiempo sin que aparezcan novedades que cambien significativamente nuestra forma de jugar; siendo el estreno de las Temporadas aquellos únicos eventos que realmente son capaces de ponernos los pelos de punta y llenarnos la cabeza con expectativas.
El ritmo al que Epic Games lanzaba parches para el juego frenó en cuanto salieron a la luz las terribles condiciones en las que trabajaban sus desarrolladores, llegando a atravesar etapas de crunch realmente demoledoras. Esto último provocó que la compañía comenzara a dar un mayor peso a intentar equilibrar la satisfacción de los jugadores con la salud de los developers. No obstante, esto nos lleva al siguiente punto: la culpa no es ni de una parte ni de otra, sino de la actitud de esperar mucho más de lo que en realidad puede llegar a Fortnite.
Lejos quedan aquellas Temporadas en las que si en una semana el título recibiía hasta tres nuevos tipos de vehículos, a la siguiente su escenario sufría un enorme cambio que alteraría buena parte de su terreno. Y, precisamente, esperar que el equipo que hay tras Fortnite sea capaz de continuar con aquel ritmo en las actuales seasons es adoptar una actitud ingenua.
Además, a la cada vez menor frecuencia con la que Fortnite actualiza el juego con contenido relevante, debemos sumarle el efecto psicológico que conlleva el esperar mucho más de lo que acaba llegando a él. Algo que hace que se infravaloren aún más los añadidos que llegan en el presente porque, si somos incapaces de apartar nuestra mirada de un futuro conformado por espejismos, lo que ocurra delante de nuestras narices nos generará una mayor indiferencia.
Existen otros factores que son externos a la mente del jugador y a las entrañas del equipo de desarrolladres de Fortnite y que cuentan con nombre y apellidos: Call of Duty: Warzone y Apex Legends. Porque, si bien es cierto que el mercado de los battle royle no cuenta con múltiples propuestas diferentes que son capaces de destacar, lo cierto es que igualmente se encuentra saturado, dado que las pocas obras que hay logran atraer a cantidades ingentes de usuarios.
Es más común de lo que parece observar cómo, cuando antes era Fortnite quien conseguía revelar al mundo las mareantes cifras de jugadores que alcanzaba, ahora sean otros battle royale los que ocupen toda la atención de la actualidad en lo referente a esto último. Sobre todo si tenemos en cuenta que aquellos recursos que diferenciaban a Fortnite del resto de obras como, por ejemplo, el juego cruzado, ya están empezando a ser utilizados por otros referentes; algo que hace que el nivel de popularidad de estos últimos posea el suficiente potencial como para equipararse al del juego de Epic Games.
Tras haber repasado cuatro de los puntos más polémicos por los que ha pasado la evolución de Fortnite hasta la actualidad, la conclusión que puede sacarse es clara: aunque el battle royale de Epic Games siga contando con un amplio número de jugadores que haga que la idea de que vaya a morir aún quede muy lejana en el tiempo, lo cierto es que,en algunos aspectos, el juego ya no es lo que era.
O, mejor dicho, el título ya no es lo que nososotros estábamos acostumbrados a ver. Porque, si bien es cierto que los responsables del mismo han llevado a cabo una serie de movimientos que han generado una gran disparidad de opiniones en la comunidad de jugadores, lo cierto es que no podemos olvidar que una buena parte de las mismas se genera a través de nuestros deseos y esperanzas; algo que respalda uno de los elementos que más definen el éxito de un juego como servicio: lo importante no es solo lo que los desarrolladores sean capaces de generar en nuestras pantallas, sino aquellos espejismos a los que puedan dar vida en nuestras cabezas.
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