La saga Tekken forma parte de mi ADN desde que mi padre trajo a casa una copia de Tekken 2 para PS1 que probé cuando tenía 5 añitos después de que mi hermano me engañase durante meses dejándome el mando sin conectar a la consola y haciéndome creer que era yo quien jugaba contra él cuando en realidad lo hacía la CPU.
Desde aquel momento, fui dando saltos de una entrega a otra de la franquicia, pero todas ellas llegaban a mi vida bajo un simbolismo especial: Tekken 4 llegó por Navidad junto a mi flamante nueva PS2; Tekken 6 junto a la recién estrenada PSP con el que conseguí hackear el wifi del instituto y burlar el cortafuegos de mi profesor de informática para echar mis primeras partidas online (si, fui yo, David, lo confieso 15 años más tarde); Tekken 7 hace unos meses, en casa de unos amigos donde me hice el longuis y dije aquello de ''hace mucho que no juego, así que probablemente no gane muchas partidas'' para que casi me acabasen echando a patadas de allí. Y, finalmente, Tekken 8 hace unos días cuando pude asistir a un evento de prueba organizado por Bandai Namco.
Qué terrible error cometí en cuanto salí de las oficinas después de pasar con él 4 horas. Qué ingenuo fui al pensar que podría llegar a casa, encender la consola e instalar de nuevo Tekken 7 con tal de calmar el picorcito que me dejó el evento cuando se acabó. Madre mía; qué mal ha envejecido la saga, pero qué bien va a rejuvenecer gracias a Tekken 8.
Antes de ponernos manos a la obra y probar Tekken 8 en una pantalla colocada al lado de una recreativa con una pantalla infinita del game over de Tekken 3 (que estuve a punto de llevarme a mi casa de no ser porque aquel mastodóntico artefacto no cabría en la bolsita de tela que llevaba y, sobre todo, porque ante un tribunal el acto sería catalogado como robo), un miembro de Bandai Namco nos hizo una presentación en la que se nos dijo que el estilo de lucha en esta nueva entrega te forzaría a ser mucho más activo y agresivo a la hora de combatir.
Así que, minutos más tarde, ahí estaba yo; recibiendo la del atún al recurrir a mi clásico estilo de lucha defensivo cuando me acordé de aquellas palabras del desarrollador. Fue entonces cuando el verdadero Tekken 8 se desplegó frente a mis ojos: al pelear de forma mucho más lanzada, los combates se pusieron bastante menos cuesta arriba.
Es cierto que Tekken 8 te obliga a ser mucho más agresivo, pero lo más curioso de todo está en que aún no consigo comprender cómo lo hace exactamente. O, dicho de otra manera, soy incapaz de enumerar qué mecánicas concretas y causas hay tras ese cambio de paradigma. Quizás ahí resida una pequeña prueba de la maestría de diseño de Harada-San y su equipo; en que puedas ponerte a jugar en el mismo mood en el que lo haces a la hora de ponerte a conducir un coche: sin pensar mucho realmente en lo que estás haciendo en cada momento.
Ahora que lo pienso, fue un acierto ponerme a jugar Tekken 7 en casa para recordar viejos momentos, dado que así pude experimentar de forma clara las enormes diferencias en cuanto a las sensaciones con las que salí de probar Tekken 8. Este último se siente mucho más rápido, sus combos se encadenan de forma más natural y todo lo que ocurre en el juego te fuerza a convertirte en un loco demente con los ojos inyectados en sangre cuya única religión es la agresividad. Es aquí, justamente, donde viene el movimiento más inteligente del juego: convertirte en un jugador más lanzado te lleva a experimentar con combos y movimientos que no sueles usar. Y, en el campo de la psicología universal, arrriesgarte es, efectivamente, el único camino viable hacia mejorar.
Al margen de lo agresivamente absurdo que sea ver en pantalla cómo un oso saca un salmón de su mochila para aporrear sin piedad a una chica cuyos brazos se transforman en motosierras, esto es algo que forma parte de la ingeniería que hay tras Tekken a la hora de dotar la saga de una identidad propia. En este mismo sentido, la franquicia ha estirado tanto estas cualidades que ha llegado un punto en el que lo mejor no es buscarle sentido a lo que ocurre en sus juegos, sino a dejarse llevar por ellos. Supongo que esto es algo que también les ha ocurrido a los desarrolladores en una vuelta de tuerca inesperada, lo cual se refleja en su modo historia.
Por lo que pude probar en la primera hora de la historia de Tekken 8, pude percibir a kilómetros que es la más desatada de toda la franquicia, la que menos interrupciones se pone a sí misma por delante y la que menos se contiene en cuanto a absurdez, dando como resultado una multiplicación simple: surrealismo x epicidad=Tekken 8.
Estamos ante un modo campaña donde (por fin) se da mucho más peso a los combates que a las secuencias de vídeo que hay entre ellos, estos se intercalan de forma mucho más natural y el ritmo al que sucede cada cosa no se encuentra descompensado en ninguno de esos dos polos. Y es que, si Tekken se ha tenido que rendir ante las absurdas demandas de que un juego de lucha ha de tener un modo campaña cinemático, lo ha hecho de la mejor forma posible.
Convirtiéndose así casi en un shonen repleto de combates donde karatekas forzudos mandan a demonios a contra una pared de un guantazo entre risas histriónicas y dónde los conflictos multinacionales a gran escala se resuelven con aquello que suele ser siempre el segundo arco de cualquier anime que se precie: un torneo.
El modo carrera es un modo alternativo que se implementa dentro del juego para satisfacer la necesidad de quienes quieran una suerte de campaña con progresión, personaje personalizable y competición contra la CPU en un ranking virtual. Sin embargo y por mucho que me guste la idea de que haya más contenido para todos los gustos, hay algo sobre cómo el estudio ha abordado esta experiencia que no me termina de convencer del todo. Algo que no tiene que ver tanto con la calidad del modo en sí (la cual es más que correcta), sino de verlo como una oportunidad perdida para integrarlo a la perfección en el universo de Tekken. A continuación, os cuento por qué me flipa y, al mismo tiempo, qué es lo que más me chirría de él.
El principal problema que veo aquí es que este modo carrera no está integrado dentro del mundo de Tekken, sino que es como una especie de emulación de lo que ocurre fuera del juego en los salones recreativos. Esto es algo que hace que se rompa la ilusión que genera la ambientación del juego y que no sienta que estoy viviendo un conflicto entre demonios y megacorporaciones. En otras palabras, los personajes de Tekken han dejado de ser entidades que existen en el mundo del juego para ser avatares de un juego que existe dentro del juego. ¿Tiene su gracia? Claramente sí. ¿Mi queja es una tontería? Desde luego, pero no consigo quitármela de la cabeza.
Después del evento de prueba de Tekken 8, han ocurrido dos cosas con respecto a la saga: se ha convertido en el juego que más espero de 2024 y he conseguido el trofeo de platino de Tekken 7. No he dejado de pensar en cómo se veían esos combates del modo historia del juego y, sinceramente, no creo que pueda dejar de hacerlo hasta que el juego salga el 26 de enero enero de 2024.
Tekken 8 carga a sus espaldas con un legado increíble y mejora en todos los sentidos aquello que ofrecen sus anteriores entregas. Todo ello camino a convertirse en uno de los mejores títulos de lucha modernos y dispuesto a continuar en la pelea con Street Fighter y Mortal Kombat una generación más en un ciclo infinito que espero que no se acabe nunca. Ojalá, si algún día tengo hijos, aparezca en casa con una copia del Tekken que toque en ese momento para que mi descendencia pueda coger el testigo y continuar un legado que mi padre, sin saberlo, empezó en 1998.
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