Sludge Life: una radiografía de lo 'millennial'
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Víctor Rodríguez

Sludge Life: una radiografía de lo 'millennial'

Sludge Life es una absoluta obra maestra, una exquisita radiografía de lo ‘millennial’ que impregna la vida de millones de jóvenes ahora, en 2020.

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Las obras culturales han servido, a lo largo de los años, como un espejo en el que reflejar de una manera nítida la cultura y sociedad predominante en las diferentes épocas históricas. Las inquietudes, los anhelos y las diferentes formas de ver el mundo (y de luchar contra él) predominantes en la sociedad han sido plasmadas desde hace siglos en obras pictóricas, literarias, teatrales o, durante las últimas décadas, cinematográficas. El videojuego, en su marcada juventud, parece que sigue careciendo de esas obras magnas que resultan un fiel espejo en el que representar de manera nítida la sociedad en la que han tomado forma y contra la que, en cierto sentido, luchan.

El auge de la escena independiente ha permitido que sean millones de creadores provenientes de diversos campos los que den el salto al desarrollo de videojuegos y comiencen a surgir, siempre dentro de esta escena independiente, algunas obras que busquen ser al videojuego lo que La Regenta a la literatura o Historia de una Escalera al teatro. Entre ellas, una de las más destacadas la que hoy ocupa nuestro tiempo: Sludge Life.

Antes de seguir adelante debemos remarcar que este texto contiene spoilers de Sludge Life y su final. Si queréis verlo por vosotros mismos os aconsejamos que os hagáis con el juego (gratuito actualmente en Epic Games Store).

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Sludge Life es un videojuego completamente atípico, una obra en la que la construcción de su mundo no se pone a disposición de los sistemas jugables y/o de una historia, como es costumbre, sino que revierte por completo esta situación tan habitual. Las interacciones con el juego no juegan un papel centrado en sí mismas. Estas interacciones no son el objetivo, sino el medio; la forma de desvelarnos un mundo con una ciertas normas socioeconómicas con las que no interactuamos pero que forman parte de un discurso, de ese algo que el videojuego quiere decirnos.

El videojuego no se pierde en crear mecánicas y sistemas de juego con los que entretener durante horas a su jugador. Porque no es lo que quiere, Sludge Life no está para engancharnos, sino para contarnos algo. Y ese algo no se cuenta con una historia al uso sino con la construcción de su mundo y de las propias mecánicas. Los sistemas de juego que permiten que interactuemos con este mundo virtual, como decía, no se crean para divertir o entretener; se crean para transmitir. Y lo que se transmite es toda una representación de un punto de vista de la actualidad, de unas perspectivas de futuro; de lo 'millennial'.

El discurso y el mundo de Sludge Life se fusionan para ser una sola cosa. El discurso de Sludge Life recae por completo en este peculiar mundo y en los elementos que lo conforman. No es que el juego incluya un discurso sobre nuestra sociedad, es que Sludge Life se construye para ser un discurso sobre nosotros. Sin este discurso, el videojuego simplemente no tiene sentido, ya que es el pilar central sobre el que los demás elementos se apoyan.

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Este discurso no es tanto una declaración política como una representación del mundo en el que algunos de nosotros vivimos, una suerte de espejo ficticio en el que reflejar la forma de vida y las preocupaciones reales de toda una generación. Se trata de un producto marcado por el punto de vista y la situación de los llamados ‘millennial’. Una obra con un discurso en el que la desesperación, la precariedad, la desigualdad y un tono rebelde son los protagonistas de su representación de la realidad.

Sludge Life es un mundo marcado y delimitado por las barreras en donde las personas, los animales y hasta los edificios se ahogan poco a poco en un denso lodo del que resulta imposible escapar. Es una oda a la desesperación de la juventud que, con sus estudios, sigue ahogada en busca de la libertad que otorga el trabajo estable bien pagado. Y precisamente el dinero es otro de los pilares del discurso de Sludge Life, porque el mundo que este videojuego construye está marcado por la precariedad. Pequeños bloques de apartamentos, trabajos en zonas industriales y gente viviendo en contenedores, al margen de cualquier legalidad; son elementos que contrastan con altos edificios de oficinas, despachos lujosos y estatuas enormes, muestra del poder económico de la compañía que, no solo da trabajo a los habitantes de este mundo, sino que ostenta como su propiedad la práctica totalidad de los elementos de este mundo.

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Frente a ello se levantan los grafiteros (entre los que se encuentra nuestro protagonista), como muestra de rebeldía, de descontento. Somos unos antisistema cuyo único trabajo y objetivo es empapar las fachadas de este mundo con nuestra firma, estropeando las ostentosas creaciones de una compañía que subyuga a sus empleados y que mira para otro lado en medio de una huelga. Todo este mundo, aunque ficticio, sirve como una representación fiel de la realidad ‘millennial, de esa juventud a la que se le prometía que el esfuerzo siempre tenía recompensa y que, pese a derramar sangre, sudor y lágrimas, sigue sin ver ni rastro de dicha recompensa.

El descontento con este mundo (que no es sino un reflejo de nuestra realidad) se hace más que palpable en los finales de la obra. Uno de ellos es acabar con este mundo, detonar una bomba nuclear que haga que todo vuele por los aires. Pese a que este se denomina “final malo”, es el auténtico buen desenlace, puesto que la bomba no es más que una metáfora de la revolución. Este es el final que nos lleva a destruir la gran compañía y todas sus construcciones para liberar a los obreros oprimidos y comenzar desde cero de una manera diferente. El segundo de los finales nos lleva a pilotar un cohete con el que escapar. De nuevo, aunque se marca como “final bueno”, se trata del peor de los desenlaces para el mundo. La ciudad y sus habitantes se quedan como estaban, bajo el yugo de la gran corporación, mientras nosotros ascendemos a un mundo mejor, un mundo en el que dejar atrás la desesperación, precariedad e injusticia que empapa el lugar del que venimos; un mundo en las alturas en el que codearnos con el magnate que habita y dirige la ciudad desde su alta torre.

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Uno de los pilares de Sludge Life para resultar este fiel reflejo de la vida 'millennial' se encuentra en conseguir explotar el lenguaje del videojuego en favor de su discurso. No se trata de contar una historia con la que tener un discurso, se trata de construir un videojuego que realmente sea un discurso. Eso es algo que Sludge Life hace sorprendentemente bien gracias a un simbolismo que impregna el diseño artístico, narrativo y jugabilístico.

En lo visual, Sludge Life apuesta por contrastes de colores que puedan guiar al jugador a lo largo de su mundo. Esta guía visual no sirve, como en otras obras, para llevar al jugador a los objetivos jugables que propone, sino para hacer uso de una narrativa visual y evitar que nos perdamos algunos aspectos de su discurso como la clara distinción entre los pobres (que viven abajo, pegados al lodo negro y hacinados en pequeñas habitaciones) y el magnate de la compañía (que está en lo alto de su torre sin preocuparse por lo que ocurre abajo). Por otro lado, los colores grises y amarillos que pintan todos los edificios industriales de manera meticulosa y simétrica chocan con los grafitis coloridos y anárquicos (de nuestro protagonista y de otros personajes). A medida que vamos avanzando en la obra vemos como el ansia de rebeldía y libertad de nuestras pinturas va impregnando esta ciudad, sumida en una realidad gris y desesperante.

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No debemos obviar tampoco el peso que tienen en el videojuego las interacciones con los personajes no jugables. Si bien desde el punto de vista interactivo es un elemento muy limitado (pues simplemente se limitan a repetirnos el mismo monólogo una y otra vez), desde el punto de vista discursivo dota de mucha fuerza a Sludge Life. Sin llegar a hablarnos de manera explícita de los temas que ya hemos mencionado (precariedad, desesperación, rebeldía, etcétera), estos personajes no jugables aportan, cada uno a su estilo y manera (incluyendo toques de humor socarrón), su granito de arena para permitir una construcción de un mundo impregnado por la cultura 'millenial'.

En lo que respecta a las mecánicas y sistemas jugables, Sludge Life es una suerte de juego de plataformas en primera persona. No hay combate y realmente no tenemos enemigos ni objetivos lineales. Esta obra pone a nuestra disposición un espacio ficticio que es, en sí mismo, el mayor enemigo. Para alcanzar las zonas en las que debemos realizar los grafitis tendremos que explorar y escalar. Como en la vida real, las mayores barreras no suelen ser personas concretas con las que pelear, sino barreras sociales inamovibles presentes en el mundo a las que, como mucho, aspiramos a escalar o rodear. El grafiti, después de haber superado los obstáculos, es el acto de rebeldía final. Es el corte de manga desde la cumbre para saltar al vacío y volver a repetir todo el proceso, dejando impresa nuestra huella en aquello que los poderosos creían inalcanzable para nosotros.

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Sludge Life es, en conjunto, una obra capaz de sacar provecho de los elementos que conforman un videojuego para hacer que todos remen en una misma dirección. El diseño visual, los sistemas de juego, la forma de interactuar con la obra, todo es capaz de ser parte de un todo, de un discurso que adquiere una fuerza solo comparable al de obras magnas de otros medios. Con ello, el título logra reflejar con absoluta maestría la de millones de jóvenes y resultar una triste oda a nuestro tiempo. Desde luego, Sludge Life es un videojuego atípico, porque es una absoluta obra maestra, una exquisita radiografía de lo ‘millennial’ que impregna la vida de millones de jóvenes ahora, en 2020.

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Videojuerguista, lector y cinéfilo desde que tengo uso de razón. Hablo de videojuegos, cine, series o lo que me dejen. Incondicional del RPG clásico, lo indie y el wéstern. Me gustan los números y puedes encontrarme con una raqueta en la mano.

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