La crítica dice tanto de lo criticado como del crítico. Dan Gilroy, quien redefinió el cine sesudo y concienciado con "Nightcrawler", no puede evitar perderse en la pomposidad a la que alude para desarticular las altas esferas del mundo del arte. El director deja de lado las cloacas periodísticas de su ópera prima, y la soberbia beatnik de "Animales Nocturnos", para descarnar de dentro hacia fuera la perversión de lo contemporáneo. "Velvet Buzzsaw" es una apuesta arriesgada que profundiza en las lógicas capitalistas el mundo del arte moderno desde un equilibrio casi imposible entre lo absurdo y lo satírico.
Aunque Netflix vendió la película como una nueva propuesta de terror desde una premisa inusual, lo cierto es que el sello Gilroy convierte a esta compleja escultura en una hija de su idiosincrasia. Y para saber lo que escondía esa fina cortinilla promocional con la que la compañía intenta uniformar todas las propuestas que ampara su peliagudo “original de”, tan solo era necesario pararse a observar quiénes eran las marionetas sobre el escenario. Jake Gyllenhaal es el demonio contra el que se enfrenta el director; un reputado crítico de arte que vive por y para alimentar un ego que termina volviéndose contra él. El escenario de la ironía es un mundo del arte retratado en la Galería Haze, dirigida por una soberbia Rene Russo. Y las víctimas son tanto los artistas, como el museo; símbolo naíf de lo tradicional en una sabana llena de depredadores.
El punto de inflexión que acaba con el imperio del mal aparece con Josephina (Zawe Ashton), la ayudante de Rhodora. Tras encontrar el cuerpo sin vida de su vecino, esta joven cansada de las manipulaciones de su jefa, y del techo de cristal al que se enfrenta día a día, decide apropiarse de toda la colección de arte del inquilino para dar un golpe de gracia. Ese será su gran error. En cuanto su jefa descubre el pastel, no duda en meter puchero –símbolo de la lógica tirana del sector- quedándose con un porcentaje de las ganancias, y exponiendo los cuadros en su propia galería. Lo que no saben ninguna de las dos es que el mismo arte del que se han estado lucrando será el que acabe con ellas.
El lenguaje que emplea el director para canalizar toda su ira es el más hiriente conocido; la sátira. En una entrevista explicaba cómo "Velvet Buzzsaw" no es más que toda la energía negativa condensada tras una de sus mayores decepciones profesionales. Gilroy fue una de las muchas víctimas de aquel "Superman Lives", la versión nunca realizada del kryptoniano que tantas leyendas ha generado. “Trabajé en ella durante un año y medio con Nicolas Cage y Tim Burton, pero lo cancelaron días antes de rodar”. Gilroy transforma la ira en una crítica cruel y atroz del mundo del arte. Y lo hace con la misma actitud estocástica que lo derrotó a él. Vistiendo un discurso ambiguo del que es imposible mantenerse indiferente.
La lógica con la que un inocente Gilroy dio sus primeros pasos profesionales, le devolvió un revés que aquí sublima en un ataque lacerante despreocupado de las formas. Esta película ha dividido profundamente a la crítica, y tiene un efecto muy particular sobre todo el que la ve. En tanto que no se ciñe a ningún género concreto, y baila sin criterio entre la comedia, el terror, y la sátira, no persigue el buenismo que cabría esperar de una producción para todos los públicos en el escaparate más grande del mundo. No le importa decepcionar, porque no está creada para satisfacer ninguna expectativa. Su único propósito pasa por exterminar y humillar esas altas esferas esnob que el cineasta emplea como alegoría de las peores pulsiones humanas.
En "Velvet Buzzsaw" todo está acomodado para lograr siempre dejar el mayor amargor posible. Si por el camino deja una experiencia entretenida, es tan solo como consecuencia secundaria del afán perverso de Gilroy. Las escenas, los diálogos, y la banda sonora contribuyen a crear ese circo ambulante del que salen destellos de genialidad hiriente. Ahora bien, lo mismo que convierte a la película en una bestia impredecible, la deja indefensa ante la narrativa de la que intenta agarrarse. Sin una tonalidad clara a la que adherirse, la historia va dando tumbos sin llegar a culminar nada. El terror, la comedia, e incluso el drama, están totalmente desordenados a lo largo de un metraje de casi dos horas que acaba haciéndose plomizo. Y es que la irregularidad lastra de forma inevitable el conjunto.
El reparto brilla a partes iguales, pero la saturación de personajes y tramas no ayuda a que ninguno termine de sobresalir. Tanto Gyllenhaal como Russo, compañeros recurrentes de Gilroy, saben cómo moverse entre la contención de sus personajes y la actitud desquiciada producto de sus trabajos. El resto del elenco lucha sin mucho éxito para no ser engullido por una historia que va dando bandazos sin parar; acelerando, desacelerando, y en definitiva, imponiéndose a todo los que pasan por escena.
Las sensaciones finales son desconcertantes. Aunque la película no llega a entretener en ningún momento, su espíritu sí logra mantener la tensión y el interés durante todo su recorrido. "Velvet Buzzsaw" no pasa de la anécdota con la que justifica su caprichoso título, pero deja sobre el lienzo una composición tan particular como atractiva. Un extraño síndrome de Stendhal que no conoce sus virtudes pero sí sus propósitos.
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