El género de las plataformas, desde sus inicios, siempre ha sabido renovarse. Aunque todos y cada uno de sus heraldos mantiene una misma línea filosófica, la inmensurable cantidad de ejemplares distintivos y singulares que podemos encontrar es, ciertamente, fascinante. No importa cuántos años pasen: continuamente estamos recibiendo creaciones alusivas que no sólo nos recuerdan los inicios de la industria sino que, asimismo, como Candleman: The Complete Journey, logran maravillarnos incluso dentro de sus propias condiciones de impoluto; en el caos que aquí nos compete, con errores y con margen de mejora pero, simultáneamente y gracias a ello, real, genuino y con el convidar a una travesía que, de manera simple e imperfecta con notoriedad, logra enamorar.
En esta entrañable fábula, encarnamos a una vela que, inconsciente de su propia pequeñez, deambula sin rumbo por un barco abandonado. Dentro de dicho navío, comenzamos a avanzar sin norte alguno mientras sorteamos los primeros obstáculos en pos de adecuarnos a las mecánicas de la obra, acción que repetiremos hasta toparnos una luz que atrae a nuestra exigua chispa movible hasta descubrir que es emanada por un imponente faro. Desde ese momento, el objetivo de tan adorable ser es alcanzar la fuente de energía que propaga el incansable resplandor, dando comienzo así a una aventura que hace completo juicio a ese mismo concepto: al de una serie de vivencias que suponen un viaje de aprendizajes.
Así, pues, una vez determinada la premisa del juego, es imperativo definir que la campaña deja intensas reminiscencias de las típicas historias de antaño, aquéllas las que la sencillez y la carga emocional predominan, en donde el protagonista persigue un fin único a lo largo de todo el viaje sin ningún obstáculo que lo desenfoque de su meta. Bajo una idea sencilla, pero un magistral uso de la figura del narrador y del propio nombramiento de cada capítulo, Candleman erige una propuesta argumental ciertamente sobresaliente, la cual no destacará por un guion complejo ni por presencia de personajes memorables sino por transportarnos a otra dimensión, a una realidad llena de peligros y adversidades mas encaminada por un desafío que nos une al efímero destello de luz: la aventura.
La principal mecánica de la creación de Spotlightor Interactive es la de que, en líneas generales, la vela se encuentra apagada, sin embargo, con pulsar un botón se encenderá, mas tal estado sólo podrá mantenerse durante diez segundos a lo largo de todo el nivel pues, caso contrario, la cera se erradicará por completo y, por consiguiente, perderemos una vida –son diez por nivel-. Además de los típicos movimientos en los juegos de plataformas, es decir, moverse en todas direcciones y saltar, tan sólo contamos con la resaltada habilidad dentro de nuestro repertorio de capacidades; uno que, efectivamente, se antoja limitado en demasía –sobre todo en los primeros compases- pero que, aun así, logra verse sustentado por la magistralía con la que esa única mecánica puede ser la solución de todos los contextos.
En palabras más certeras, hacer retroceder la oscuridad mediante el fragor de nuestra composición no sólo será necesario para poder iluminar las zonas sino que, asimismo, servirá para encender otras velas, las cuales funcionan como coleccionables y que, de encenderlas todas, expandirán los mensajes que se nos muestran al final de cada misión; encender velones, los cuales cumplen el rol de puntos de control en caso de que fallezcamos; y, en última instancia, funge como motor para los desafíos que se nos presentan ambientalmente, ya que cada una de las misiones, variando dentro de los 12 capítulos que componen la historia, consiste en un planteamiento jugable diferente alrededor de un concepto que se transforma constantemente.
Desde impulsar una balsa en aguas congeladas, pasando por hacer crecer ramilletes de flores para que exploten y liberen el paso, hasta expandir las dimensiones de las plataformas, entre muchas situaciones más, uno de los principales atractivos de Candleman es su capacidad para hacer que una sola acción sea capaz de sentirse diferente según el entorno en el que se desenvuelve. Sí, mecánicamente carece de profundidad y puede tornarse tedioso en múltiples momentos debido a tal realidad, no obstante, se reinventa de manera tan interesante y regular que logra difuminar sus falencias, convergiendo así en un producto que, aunque limitado en opciones directas, hace metamorfosis en la interacción con lo que nos rodea para generar una grata sensación de cambio y eliminar cualquier esbozo de estaticidad.
Si hemos de subrayar con sumo énfasis una de las bondades de la labor de Spotlightor, es la de su armoniosa puesta en escena. En lugar de ver la producción como una división de sectores, el estudio optó por una consideración más holística en la que lo lúdico, lo visual y lo sonoro se funden en un único apartado, y lo realiza de manera magistral al hacer de las imágenes y los sonidos una parte integral del desenvolvimiento de la jugabilidad, la cual depende no sólo de nuestras habilidades motrices sino de, simultáneamente, nuestros sentidos.
Gracias a ello, incluso a pesar de que nuestro entrañable personaje es considerablemente tosco, existe una ineludible sensación de comodidad y confort al jugar. Además, la individual presentación estética del título, sumando diseño artístico con un genial juego de luces y sombras, aunada a la potencia sonora del silencio y las tonadas tenues de fondo, causan que, ya sea evaluando el conjunto o sus escisiones, se cree un veredicto positivo, y es que Candleman es más que sólo un videojuego; es, insistimos, un viaje.
La odisea de Candleman produce en nosotros un veredicto inamovible: grandioso. Efectivamente, cuenta con notorios errores que, sin lugar a dudas, especialmente en lo jugable, lo alejan de que sea considerado como uno de los máximos representantes del género al que pertenece, sin embargo, no por ello deja de ser un más que digno emisario de su legado, porque calidad para ello tiene, y de sobra.
Gracias a un distintivo planteamiento jugable, a una loable forma de reinventarse a cada paso que damos, a una travesía que genera nostalgia por la esencia que desprende y a una gran simbiosis entre la diversión y el goce de los sentidos visuales y auditivos, podemos asegurar que lo aquí conseguido merece una encarecida recomendación; no, no por su estructuración como producto, pero sí por su composición como obra interactiva.