Ataque a los Titanes (Shingeki no Kyojin)
Analizado en Capítulo 3x21
Política de puntuación
Dibujar el marco diegético en el que se desarrollaba el pastiche melodramático solo era la primera parte de la pastilla de lore que Isayama necesitaba para romper el círculo vicioso en el que comenzaba a encallarse la historia. "Ataque a los titanes" rejuvenece para vivir una nueva adolescencia en la que el mundo abre sus puertas a una realidad mucho más compleja de la que se cocinaba dentro de los Muros. A nivel político, bélico y filosófico. El racconto orquestado por Grisha Jaeger no suponía solo una respuesta complaciente a tanto misterio, sino que ponía además la primera piedra de una nueva dinámica narrativa con una proyección más que prometedora.
Ni los titanes eran el mal del mundo, ni habían acabado con todos los humanos fuera de la burbuja sociocultural perpetrada por las barreras artificiales, ni los supervivientes podían autodenominarse mártires. El cambio de juego no implica solo un nuevo arco. El anime muta desde sus propios cimientos para afrontar otras problemáticas, a través de tramas ocupadas por personajes reales que sí comprenden los límites de su propio universo. El punto de inflexión difumina el misticismo con el que el mangaka tergiversaba las expectativas, y construye un terreno en el que ahora lo visceral y la acción harán de pilar estructural. Pero para que esto funcione se necesita más información.
La fotografía del sótano de Grisha solo empujó al anime hacia la presentación del tablero de juego. Esta semana Wit coge con delicadeza el material que servirá de guía de navegación para los eventos futuros. Un compendio de normas y lógicas naturales que responden a esa nueva realidad sustentada en el falso maniqueísmo que enarbolan el reino de Marley y el pueblo de Ymir. Y la única forma de lograrlo pasaba por mantener la premisa elegida al comienzo de este salto de fe; la narración se retrotrae a Grisha y a su encuentro con el Búho, el personaje que ejercerá de narrador omnisciente amparado por una red de conexiones de dimensiones mágicas.
"Soy un mal esposo, un mal padre y un mal hombre". Los sentimientos de culpabilidad de Grisha ahora sirven de tótem para el acercamiento que la obra pretende hacia el espectador. Tomó unas acciones, obró mal, y respondió como cualquier persona lo hubiera hecho. El padre de Eren es el único componente de realidad emocional que convive en ese mundo de leyendas y fantasías. "¿Por qué soy el único aquí que sigue siendo humano?". Tras la muerte de todos sus compañeros y de la propia Dina, la búsqueda de una respuesta se convierte en el motto del episodio. Y de ahí Isayama extrae los ingredientes para una dinámica de absolutos en la que el Búho busca la negociación aportando información de peso para ese marco de juego.
Presente en la vida de Grisha desde su infancia, este hombre observó cómo iba desarrollándose la personalidad de una víctima del pasado de Ymir. Este infiltrado en Marley compartía con el padre de Eren origen y motivaciones. Dolor y sustento para la venganza. Ambos perdieron a familiares por ese racismo nacido del miedo que Marley llevaba cultivando durante generaciones. Solo él podía afrontar la misión real de su pueblo, para intentar cerrar un círculo de muertes y sangre abierto siglos atrás. "Te infiltrarás en los muros y recuperarás el poder del Titán original. Y lo harás heredando mi poder". El Búho le ofrece uno de los nueve milagros heredados de la "diosa" para recuperar la herramienta que permitiría el final de las persecuciones raciales.
La perspectiva narrativa se va alejando progresivamente; el legado del Búho se ensancha hasta conformar una leyenda compartida por toda una familia de generaciones, el poder del titán se magnifica hasta alcanzar cotas cósmicas capaces de cambiar la lógica del universo. Todo se va magnificando en busca de ese distanciamiento entre el teatro montado durante los primeros compases de la historia y el verdadero plan de la obra. Como si el mangaka buscara renegar de su propia artimaña para amplificar las consecuencias de la mentira que propagó el rey dentro de los muros. Sin embargo, al mismo tiempo persigue una tracción negativa capaz de hacer de contrapeso a tanto exacerbo.
La misma lógica aplicada para el poder de los titanes -arrastrados por el dolo de tener que comerse al antiguo portador de su mismo don-, se aplica a la propia naturaleza de los protagonistas de la obra. Ni la transformación es gratuita ni es vitalicia. Isayama se torpedea así mismo para engrasar el mecanismo presentando la maldición de Ymir; una constricción natural que restringe la vida de los portadores del poder a los 13 años. En esta ocasión la responsabilidad de controlar una metamorfosis así no solo deriva en un compromiso político-libertario, sino que también cruza transversalmente la existencia de los implicados.
Esta cuña en las puertas hacia el lore denota su importancia al comprobar el detallismo que el autor dedica para darle volumen y forma dentro de su ya de por sí complejo universo. Si el usuario en cuestión de dicha maldición no cede su don a ningún otro usuario antes del tiempo límite, este pasará aleatoriamente a cualquier bebe del pueblo de Ymir. Su sentimiento de unión no se debe a una cultura compartida, ni a un lenguaje común, sino a una red de realismo mágico, que computa a todos los descendientes de la diosa como un mismo ente por el que discurrir conceptos atados a una suerte de mente colmena. Y es en este punto donde el episodio aboga por lo metafísico para conceptualizar las raíces del escenario bélico entre naciones.
"Uno de los sucesores de dijo que vio un camino. Que los huesos y la sangre que conforman al titán, o algunas veces los recuerdos y las voluntades de los otros usuarios, son heredados a nosotros en ese camino, y todos nuestros caminos están coordinados para cruzar el mismo punto, es decir, el Titán original". El determinismo que empujaba a la humanidad a la destrucción no se sustentaba en su naturaleza perversa. El argumento, que esgrimía Gross para justificar su psicopatía en realidad, escondía una explicación mucho más alejada de la racionalidad a la que apelaba la serie durante sus primeros compases. ¿Albergaba Yimir un plan superior para sus descendientes?
Wit mantiene el tono lento y clarividente para delimitar bien los conceptos y no enturbiar la compleja exposición del Búho. Pero eso no la limita a la hora de hacer oscilar intermitentemente el foco narrativo de la mitología a sus consecuencias. ¿Quién era Ymir? ¿Qué hizo realmente? Estas cuestiones de rango superior son todavía inalcanzables para la obra del reservado Isayama, y sí, para su ambigüedad. Por primera vez en toda la serie un personaje habla de este aspecto inherente a todos los sucesos de la cronología. No hay buenos ni malos. "No hay tal cosa como la verdad en este mundo. Nadie puede convertirse en diablo o en un dios".
Resulta imposible etiquetar a Ymir, tal y como hacían erróneamente tanto desde su pueblo como desde el reino de Marley. Sirvienta del diablo, milagro otorgado por los dioses, la mujer de la felicidad. Este ser manchado de leyendas es solo una fuente de consecuencialismo incapaz de ordenar el caos moral que sobrevuela el mundo. Isayama es ahora más explícito que nunca, pero no lo suficiente como para persuadir al macguffing de toda su exposición. Grisha no logra librarse de la carga que ha colocado sobre sus hombros todos los sacrificios dejados por el camino.
"Si este era el rpecio que tenía que pagar por la libertad, no lo hubiera pagado". La satisfacción que cincela al hasta ahora aturdido espectador no consigue filtrarse por la personalidad escéptica del padre de Eren. El Búho intenta reavivar el odio que le llevo a liderar la sublevación, y que le empujó a salir de su casa para hacer justicia por su hermana. Pero a Grisha solo le quedan sus pecados. Una base, que para sorpresa de este, es más que suficiente de cara a la empresa que el topo de Marley tiene para él. "Esta es la historia que tu empezaste". Kruger apunta al mismo momento en el que se atrevió a salir de la Zona de Internamiento de Liberio, esbozando un viaje del héroe pervertido según la idiosincrasia del mangaka.
La carga narrativa desemboca en la revelación más importante de todo el anime; el nombre del titán que el Búho le quiere ceder a Grisha. Un término que completa la mentira de Isayama estableciendo definitivamente la naturaleza real de la obra. El Titán de Ataque es el que le ha servido a Eren para viajar por el camino hasta el pasado, metiendo la cabeza en el colectivo simbiótico que se retrotrae hasta el día del nacimiento de la diosa. El mismo que ahora siembra las principales incógnitas que deberá saber plasmar en pantalla Wit. Empezando por la posible intoxicación mística de Historia al entrar en contacto con la carta de Ymir, siguiendo por el establecimiento de un nuevo macguffing que sirva de puente entre el antiguo anime y el nuevo, y, sí, terminando por el leit motiv vital del propio Eren.
Preguntas y más preguntas que "Ataque a los titanes" no parece querer responder con la misma premura con la que ha delimitado su nuevo universo. El misterio que administraba el mangaka para dotar a las escenas de drama ahora recae enteramente en el protagonista y su capacidad para trascender las leyes del tiempo y el espacio. Eren sabe cómo conseguir la fortaleza para recibir el poder del Titán original sin tener sangre real, sabe quién era el titán que mató a su madre y a Hannes, y conoce las implicaciones de la "tregua". Pero ni ese chantaje político ni el adoctrinamiento del pueblo ante las mentiras del rey tiene fácil solución. El Camino solo ha conducido a bifurcaciones de doble dirección que ahora serán usadas para montar un DeLorean narrativo sin capacidad de respuesta.