¿Es el final del camino? Tras superar numerosas dificultades, comprenderse a sí mismo, y entender que no está solo en el mundo, Hyakkimaru completa el círculo regresando al punto donde comenzó todo. MAPPA había estado hasta ahora esquivando el asunto, pero era inevitable que Tezuka terminara poniéndolo en medio del camino. A pesar de su condición episódica, y de la historia tan asentada en el road trip tradicional, "Dororo" partía con una premisa bastante clara que debía solucionar. El regreso del hijo desterrado, y la consecución de su venganza debían consumirse como parte de la maduración del protagonista. Pero su aparición en la historia quizás se siente demasiado prematura.
A lo largo de los nueve episodios anteriores la serie ha ido dibujando con precisión a sus personajes tanto por dentro como por fuera, cumpliendo con el objetivo del viaje; la evolución del niño y su aniki (兄貴) son especialmente palpables cuando se les compara desde el plano psicológico en su partida, y su punto actual. Solo la consecución de un gran número de buenas decisiones –guión sólido, arte consistente, banda sonora intrínseca y no adjunta- han permitido tal desarrollo. ¿Estaba ya el fruto en el punto adecuado de maduración? Esta semana "Dororo" abandona los sucesos eventuales y afronta cara a cara el núcleo principal de la historia; la familia.
Como ya viene siendo habitual, la trama del décimo episodio se centra en un personaje ajeno a la pareja protagonista. En esta ocasión sin embargo se rompe la tendencia por segunda vez –como ya sucedió con Mío-, con la aparición de Tohomaru. Le habíamos visto brevemente en episodios pasados, pero ahora toma el foco principal de atención. Y Furuhashi lo gestiona con habilidad. El hermano de Hyakkimaru no solo presenta una oportunidad ideal para establecer una conexión emocional entre la audiencia y la familia, sino que además permite contextualizar el carácter y la personalidad del protagonista mediante el contraste con su hermano.
Por primera vez Hyakkimaru y Dororo desaparecen por completo, para dejar en manos de Tohomaru toda la carga narrativa. Y el resultado no podía ser más positivo. Su forma de ver el mundo, y su posición en la jerarquía social del periodo Sengoku (指物) permiten aproximarse a ese Japón feudal desde una cosmovisión hasta ahora imposible de entender; el punto de vista de alguien ajeno a la condescendencia y el despotismo que se le atribuye por costumbre al estamento privilegiado. Tohomaru es la prueba viva de que la maldad no tiene que ver tanto con los orígenes sociales del individuo, sino con su educación. Furhashi lo expone con claridad a lo largo de todo el episodio. A pesar de criarse en entornos socioeconómicos diferentes, los hermanos comparten virtudes.
Mientras Kagemitsu es el referente puro del egoísmo y la maldad, sus hijos son los adalides del bien ético en ese mundo tirano. Ambos se aceptan a sí mismos, y luchan por defender sus ideales. Ahora bien, en el caso de Tohomaru la conexión con la familia marca una línea divisoria con Hyakkimaru. Este no está orgulloso de sí mismo, porque no entiende la vida como un medio para alcanzar la autorrealización, sino como una herramienta de redención ajena a sus propios deseos. Su hermano en cambio sí vive buscando el disfrute en los pilares fundamentales del individuo; la familia, la amistad, y el amor. Tres claves a través de las cuales Furuhashi nos va exponiendo al personaje.
A pesar de no recibir el amor de su padre, ni siquiera el de su madre -todavía afligida por la pérdida de su primer hijo-, Tohomaru sigue siendo el hijo perfecto, y el sucesor ideal a Daigo. Defiende a sus amigos, protege y sirve al pueblo, y siente orgullo interior hacia su progenitor, a quien responsabiliza de la buena salud de sus súbditos. Es la versión perfecta de Hyakkimaru, todo lo que él no pudo ser por la condición que le impuso Kagemitsu. Con ese contexto, y una construcción temática sólida, el cruce de caminos era obvio. Y el conductor no podía ser otro que uno de los tantos yokais (鎌鼬)que pueblan el mundo.
Tras una emocionante escena en la que Tohomaru demuestra no solo su valentía y fuerza, sino también sus habilidades estratégicas, llega el gran momento. El hermano, quizás movido por el instinto familiar, o quizás simplemente motivado por su deseo natural de proteger a los demás, salva el día antes de que sea demasiado tarde. En una fracción de segundo sus miradas se cruzan con una escena en la que MAPPA comprime todos los sentimientos del protagonista para lograr un clímax emocional sobrecogedor. ¿Qué sucederá a partir de ahora?
Hasta el momento teníamos claro que Hyakkimaru buscaba la venganza hacia su padre, pero no se había tenido en cuenta en ningún momento la carta del hermano. Asumiendo que les unen más cosas que las que les separan, cabe pensar que nacerá una alianza para poner fin poéticamente al reinado de terror de su padre. Pero no hay que olvidar que estamos en una obra de Tezuka, y que la peor de las opciones siempre es la más factible. "Dororo" se aproxima a un punto de inflexión tras el cual nada volverá a ser lo mismo. ¡Nos volverá a tocar sufrir! ¿Es que acaso había otra opción?
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