Kratos es más que un tipo cabreado con espadas gigantes. Su historia empieza mucho antes de ser el dios de la guerra que conocemos, y es tan trágica como épica. ¿Sabías que en su origen Kratos no era más que un simple mortal con muchas, muchas ganas de destrozar cosas? Bueno, si no lo sabías, ahora te lo cuento.
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Kratos nació en Esparta, una ciudad famosa por criar a los guerreros más letales de la antigua Grecia. Desde pequeño, ya tenía claro que eso de la paz no iba con él. Entrenado para el combate desde la infancia, pronto destacó entre sus compañeros por su fuerza y destreza en la batalla. Con el tiempo, se convirtió en el líder de su propio ejército. Hasta aquí, todo bien, pero, como suele pasar en este tipo de historias, las cosas se torcieron.
Un día, en medio de una batalla que tenía todas las papeletas para perder, Kratos tomó una decisión desesperada. En vez de aceptar la derrota, le pidió ayuda a Ares, el dios de la guerra. Ares, siendo el bromista cruel que es, aceptó. Pero claro, a cambio de su alma.
Y así fue como Kratos se convirtió en el campeón de Ares, atado para siempre a las Espadas del Caos, dos cuchillas gigantes que, literalmente, se soldaron a su piel. Ya empezamos mal, pero la historia va a peor.
Aquí viene el momento más oscuro de la historia de Kratos. Ares, en su infinita sabiduría (sarcasmo incluido), decidió que para liberar a su nuevo “campeón” de distracciones, Kratos debía deshacerse de su familia. Pero, en vez de pedírselo amablemente, Ares lo engañó para que él mismo matara a su esposa e hija. Sí, lo leíste bien: Kratos, cegado por la furia y bajo la influencia de Ares, masacró a su propia familia en un ataque.
Este es el punto clave en la historia de Kratos. En lugar de seguir siendo el esclavo de Ares, este acto lo llenó de un odio tan profundo que juró vengarse de los dioses por el resto de su vida. Y ahí comienza su búsqueda de venganza. ¿El precio de todo esto? Su piel quedó cubierta por las cenizas de su familia, y desde entonces es conocido como el Fantasma de Esparta. No es precisamente el apodo más alegre que uno puede tener, pero oye, es Kratos.
A partir de aquí, Kratos básicamente decide que ya ha tenido suficiente de hacer favores para los dioses. La relación con Ares, como podrás imaginar, no terminó bien. Kratos se lanzó a una campaña de destrucción contra Ares, y al final, consiguió lo impensable: mató a un dios.
Con la muerte de Ares, Kratos tomó su lugar como el nuevo dios de la guerra, pero ni siquiera eso fue suficiente para aplacar su dolor. Si algo sabemos sobre Kratos, es que la paz interior no es su fuerte. Su camino de venganza lo llevó a enfrentarse a todo el Olimpo, hasta acabar con Zeus, su propio padre.
Ahora, si pensabas que la historia terminaba ahí, estarías equivocado. Después de arrasar con prácticamente todo el panteón griego, Kratos decidió empezar de nuevo, esta vez en el mundo nórdico. Aquí es donde las cosas cambian un poco. En la más reciente etapa de su vida, Kratos ha pasado de ser una máquina de matar sin freno a convertirse en un padre que intenta guiar a su hijo, Atreus. Y bueno, aunque intenta dejar atrás su pasado violento, ya sabes lo que dicen: “Puedes sacar al guerrero de la guerra, pero no puedes sacar la guerra del guerrero”.
El Kratos que vemos en la mitología nórdica es más introspectivo, más maduro (aunque sigue siendo un tanque cuando se trata de dar leches). En este nuevo viaje, busca redención y trata de no repetir los errores del pasado con su hijo, mientras enfrenta a dioses como Thor y Odin. Pero aunque esté en una tierra nueva, una cosa es clara: Kratos sigue siendo el mismo guerrero brutal que conocimos en Esparta, solo que ahora con un poco más de barba y, probablemente, más sabiduría.
Este es el origen de Kratos, una historia de tragedia, venganza y, en última instancia, redención. Aunque ha cambiado mucho desde sus inicios en Esparta hasta convertirse en una figura mítica en los juegos modernos, lo que sigue constante es su lucha interna y el deseo de redimirse. Kratos es el ejemplo perfecto de que no importa cuántos dioses mates, siempre tendrás que enfrentarte a tus propios demonios.
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