Algunas corrientes sostienen que el fin del mundo llegará de la mano de la misma humanidad; o más bien de su tendencia a crear herramientas cada vez más útiles y sofisticadas. Algo que se ha visto intensificado gracias a esas obras de la cultura popular cuyo centro argumental se enfocaba en esto mismo: todos hemos escuchado o visto cómo Skynet controlará al ejército de máquinas que acabará con nosotros el día de mañana, o ese Matrix en el que estamos inmersos ya para servir de combustible a dichos entes artificiales. Sin embargo, si nos alejamos de todo esto y entendemos que, bien utilizada, la tecnología ha demostrado ser un recurso sumamente valioso para el avance de la humanidad, la tensión se reduce un poco. Y, precisamente, el mundo de los videojuegos no es una excepción a esto, siendo las tecnologías de juego por streaming una de las metas futuras más cercanas y siendo Google con Stadia una de las compañías que más fuertemente apostará por alcanzarlas.
El caso es que hemos tenido la oportunidad de echarle las manos encima a Stadia, comprobar de primera mano cómo funcionan algunas de sus opciones, probar dos de los juegos que llegarán con el sistema y charlar con algunos de sus responsables para poder traeros unas completas impresiones de qué nos ha parecido la apuesta por el futuro de los videojuegos de Google.
Yendo de lo grande a lo pequeño, nuestra sensación principal con Stadia fue una cargada de grandes contrastes, oscilando desde los puntos más álgidos hasta otros momentos en los que la tecnología de Google mostraba ciertas sombras. Pero una cosa nos quedó clara por encima de todo: es de esas que te vuelan la cabeza cuando empiezas a soñar con sus posibilidades y, sobre todo, por la ruptura que propone con respecto al método tradicional de disfrutar de los videojuegos. Una ruptura que nos llegó en forma de chispazo cerebral al estar jugando con Stadia y darnos cuenta de que nos habíamos olvidado de que delante de nosotros no había ninguna consola; al igual que nos ocurrió al disfrutar de un título con una importante carga técnica en un teléfono móvil.
Y aquí es donde viene uno de los mayores claroscuros que propone el servicio de Google: los requisitos de hardware que deberán tener nuestros dispositivos no tendrían que ser demasiado altos pero, por otro lado, la calidad de la experiencia jugable dependerá mayoritariamente de nuestra conexión a internet. Algo que provoca, en última instancia, que el buen rendimiento de nuestros juegos recaiga sobre algo que muchas veces se escapa a nuestro control; y, desgraciadamente, nuestra experiencia con uno de los juegos que pudimos probar atravesó una serie de incidencias que obstaculizaron el ritmo natural de lo que teníamos delante de la pantalla.
De esta manera, tuvimos la oportunidad de probar dos títulos en concreto: GYLT de Tequila Works, que promete ser una de esas aventuras narrativas tremendamente bellas que atentarán contra lo más nuclear de nuestras emociones y, en segundo lugar, a Destiny 2 el megalómano shooter looter de Bungie.
En primera instancia, la obra de Tequila Works presentaba una fluidez asombrosa, de esas que impactan y que te hace sentir que el futuro está un poco más cerca gracias a este nuevo tipo de tecnologías. Los dibujados, los efectos de luz, los sombreados… Todo en GYLT se coordinaba a la perfección para ofrecernos la sensación de que Stadia cuenta con potencial suficiente como para hacerse un buen hueco en la industria del videojuego. Sin embargo, cuando cambiamos a Destiny 2 y, sobre todo, sustituimos la imagen visualmente amable de GYLT por una enorme cantidad de enemigos en pantalla, disparos y luces por todos lados o, en otras palabras, la epilepsia de la buena, la cosa cambió hacia otros derroteros. Unos en los que el juego experimentaba caídas puntuales de frames que, aunque no fueran constantes, si que aparecían con frecuencia suficiente como para entorpecer nuestras acciones en el juego; incluso llegando al punto de que la imagen se congelase por un par de segundos en determinadas ocasiones.
La conclusión que podemos sacar de todo esto confirma un pensamiento que muchos teníamos cuando escuchamos a Google hablar sobre Stadia la primera vez: se necesitará una buena conexión a internet para poder disfrutar de sus bondades. Y aún así, a pesar de todo esto, no podemos negar una máxima clara: la latencia en los controles del mando al jugar mediante el servicio es prácticamente inexistente. Es decir, el tiempo que pasa entre que pulsamos un botón y ocurre una acción concreta en la pantalla es mínimo, estando incluso al nivel de lo que ocurre en una consola o un ordenador.
No obstante los contrastes que ofrece la experiencia de Stadia ya no solo se encuentran en lo que aparece en pantalla a la hora de jugar, sino en aquella infraestructura de servicios y opciones que la rodean. Y no decimos esto porque el servicio de Google vaya a estar desprovisto de funcionalidades que busquen la comodidad para el usuario -de hecho esta es una de las metas últimas que persigue Stadia-, sino porque las completas opciones que ofrecen los métodos tradicionales de jugar (consolas y PC) pueden hacer que el servicio de juego por streaming aún tenga algo de camino por delante que recorrer.
Esto se observa, especialmente, en los pequeños detalles de configuración de Stadia como, por ejemplo, que no haya soporte de lanzamiento para 4G y que la tecnología tienda a reproducirnos los juegos siempre a su máxima resolución y no permitiéndonos ajustarla acorde a la cantidad de metas que corran a través de nuestra banda ancha para lograr que la experiencia sea lo más fluida posible; aunque también es cierto que desde Google nos aseguraron que este tipo de opciones son cruciales para el servicio y llegarán a él en el futuro.
A pesar de este tipo de ausencias, no podemos avanzar sin hacer referencia a algo que ya hemos mencionado antes: la comodidad como eje central de la experiencia. Stadia es una tecnología pensada para jugar en diferentes tipos de dispositivos. Con ella podremos pausar nuestra sesión de juego de la televisión y continuarla en nuestro teléfono móvil, tablet u ordenador portátil en cuestión de pocos segundos, lo cual provoca que la experiencia de juego pueda descentralizarse del salón y expandirse hacia otros lugares de la casa según la situación lo requiera.
No podemos decir con total seguridad que Stadia sea el futuro porque ni el cosmos sabe qué ocurrirá mañana, pero lo que sí podemos decir es que el servicio de Google transmite la sensación de que el juego por streaming podría ser una parte importante del devenir de la industria si las piezas acaban encajando de forma correcta. La compañía tiene una buena base sobre la que partir: el potencial de Stadia en cuanto a conceptos como la comodidad sumado a esa tendencia tan característica de la compañía de trabajar en pos de que sus productos sean accesibles (algo que se refleja, por ejemplo, en que será compatible con diferentes mandos y teclado y ratón) crearían lo que podría ser una oportunidad de oro para que la industria dé un paso hacia delante. Y si terminan nutriendo de juegos el catálogo de sus suscricipciones y van añadiendo opciones conforme van pasando los meses y pulen el servicio para que desaparezcan las incidencias que entorpecen el gameplay, tendrán la fórmula ganadora.
Al final del día, lo más interesante que posee Stadia es su concepción, sus posibilidades, y la gran proyección que dibuja en el horizonte. Porque aunque el presente del servicio cuente con los contrastes aquí mencionados, por mi parte me subiré al barco que Google ha construido para surcar los mares del futuro; para saber si acertó con su apuesta y sus velas supieron aprovechar el viento de la tormenta o, por el contrario, se les escapó la oportunidad como hace la lluvia entre los dedos de las manos.
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