Con una demostración de la abrumadora fuerza que poseen las fuerzas del mismo cosmos, el tiempo ha vuelto a hacer de las suyas para colocarnos justo en el momento presente: uno en el que Immortals Fenyx Rising nos ha permitido regresar a su mitología griega de siluetas redondeadas y paletas histriónicas de colores para jugar a Dioses Perdidos, el último DLC con el que Ubisoft culminará los planes poslanzamiento de su obra.
Así y habiendo podido atravesar el buen puñado de horas que ofrece la tercera expansión de Immortals Fenyx Rising y con un buen saco de ideas en la cabeza que os haremos llegar a través de la mensajería moderna del mismísimo Hermes (también conocida como internet), a continuación pasaremos a despejar dos de las cuestiones más importantes que pueden surgir en relación a sus contenidos.
El hecho de que ya hubiera podido ver unas primeras pinceladas sobre cómo sería este tercer DLC no restó impacto al iniciar la expansión dentro del juego. En parte porque a mi habilidad para recordar cosas le gusta jugar al escondite y en parte porque el cambio de cámara que ha empleado Ubisoft para convertir su gran juego de mundo abierto en una suerte de ARPG con vista isométrica puede generar más chispazos en el cerebro de los que uno podría pensar a simple vista.
Esa es quizás la mayor baza de Immortals Fenyx Rising: Dioses Perdidos; el ingenio con el que adapta todos y cada uno de los desafíos que ofrece el hecho de colocar la vista de jugador desde un prisma vertical. Los puzles del juego están ahí, pero sus mecánicas están orientadas a que podamos superarlos sin tener que lidiar demasiado con las tres dimensiones que ofrece una cámara en tercera persona; los combates siguen conformándose como situaciones en las que debemos machacar botones y encadenar combos, pero con los enemigos acudiendo a nosotros cómo si jugásemos a la saga Diablo; el escenario sigue contando con verticalidad, pero de una manera menos apabullante y relevante para el cómputo global de la experiencia.
En este sentido, podríamos considerar Immortals Fenyx Rising: Dioses Perdidos como una puerta de entrada a los ARPG que construyen su experiencia en torno al concepto de chinofarmeo. Principalmente porque, más allá de los recursos que obtendremos a través de la ingente cantidad de enemigos cuya cara partiremos sin pensárnoslo dos veces, Ubisoft ha creado una experiencia donde los recursos que podremos ir recogiendo por el escenario se conforman como uno de los pilares centrales del viaje.
Porque ya no es solo que nuestro minimapa se encuentre impregnado de puntos con ítems que podemos acumular para mejorar las diferentes cualidades de nuestro personaje, sino porque estos serán necesarios a la hora de avanzar por ciertas zonas del mapa en las que deberemos hacer una ofrenda a los dioeses en una suerte de hogueras que se conformarán como puntos de control para crear puentes hacia otros lugares.
Tan importante es la recogida de recursos en Immortals Fenyx Rising: Dioses Perdidos que hasta la simple acción de guardar la partida en uno de estos altares nos pedirá que invirtamos un tipo de recurso concreto en ellos, dejando aún más patente lo esencial que es mantener los ojos bien abiertos para farmear cada recurso hasta que nuestro cerebro se convierta en una cosechadora insaciable a la hora de acumular nuestro contador de gemas, aceitunas, plantas y demás enseres en el inventario.
La sensación que recorre mi cuerpo con mayor intensidad a la hora de intentar responder a esta pregunta es que todo depende de cuánto desees alejarte de la experiencia original que ofrece Immortals Fenyx Rising. Principalmente porque Dioses Perdidos sacrifica parte del encanto del juego base de cara a proporcionarnos un experimento que podría llegar a cuajar en futuras entregas de la saga, pero que aquí es capaz de descolocar a aquellos que no estén dispuestos a disfrutar de lo que intenta ofrecer desde una perspectiva diferente.
Lo que esta expansión deja bastante claro es que Immortals Fenyx Rising es un título lo bastante flexible como para ser el caldo de cultivo del que lleguen a emerger propuestas de lo más variopintas; algo que llenará el ojo a aquellos que busquen atravesar una experiencia de juego que explore otros lugares sin llegar a dejar de ser fiel al sitio del que parte. En el punto medio está la virtud como dijo Aristóteles o, traducido a la lengua moderna, ni tanto ni tan calvo.
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