Contando el actual 2021 que acaba de culminar, ya son más de 18 los años que llevo jugando videojuegos, y más de 8 siendo parte de su sector periodístico. Con centenares de análisis realizados, incontables artículos escritos y un número de noticias que supera las 8000 entradas, lo que empezó como el pasatiempo de un quinceañero sin más responsabilidad que la de existir terminó por convertirse en mi medio de vida, mi profesión. Un oficio que, sin embargo, aunque no lo parezca, puede llegar a ser tan agotador como cualquier otra.
En esta década de vivencias, he descubierto que, no, la expresión "elige un trabajo que ames y no tendrás que trabajar un día de tu vida" no es cierta. Dedicar mi cotidianidad entera a la industria del videojuego ha devenido en un inevitable burnout que, al igual que a mis colegas, me ha producido un desapego hacia las propias obras interactivas. Me cuesta empezar un título si no es por trabajo, no me interesa el 95% de los lanzamientos futuros e incluso los juegos que me gustan ya no me gustan tanto. Y todo sería mucho peor de no ser por los indies, mis salvadores de 2021.
Antes, con más tiempo libre y ganas de vivir que ahora, difícilmente me alejaba del ecosistema AAA. Campañas de 30 horas, mundos abiertos de más de 200, decenas de títulos terminados en cuestión de semanas... Mi día a día estaba enteramente dedicado a jugar, pero la situación ha cambiado. A día de hoy, no podría desesperanzarme más un juego cuya duración implique números de dos cifras, miles de actividades por hacer o historias con docenas de actos. Y ahí, efectivamente, es donde los títulos independientes han acudido en mi auxilio.
Por supuesto, tampoco son muchos los productos que he disfrutado este año. Sinceramente, me sorprendería si tal cantidad llega a la decena, mas lo que sí tengo claro es cuáles han sido mis favoritos. Death's Door, Solar Ash, Hades, Ender Lilies, Dead Cells, Darksiders Genesis... Salvo excepciones del estilo de Deathloop, Resident Evil Village o Metro Exodus, todos los juegos que han marcado mi 2021 se rigen bajo características semejantes: duración concreta, excelencia audiovisual y, por sobre todo, muchísima, muchísima identidad.
Y es que, lejos de la época en donde relacionaba la cantidad de contenido con la calidad de la experiencia, hoy en día valoro mucho más el acto de transmitir cuanto sea necesario transmitir. No me pesan las 20 horas de Ender Lilies porque, además de ser una obra maestra y mi GOTY personal, son 20 horas que se sienten justificadas, necesarias para comprender y adentrarse en Finesterra. Igualmente, dediqué muchas horas a Hades y a Dead Cells porque me engancharon pero, ante todo, porque nunca me obligaron a dedicarles semanas enteras para disfrutarlos.
Esa, realmente, es la clave: a diferencia de lo que mi trabajo me hace hacer, nada fue impuesto, todo fue voluntario. Los culminé quién sabe cuántas veces pero no porque fuese necesario para exprimir su propuesta, sino porque me sentía libre de presión al jugarlos. Este desahogo videojueguil era lo que me concedía lo necesario para continuar cumpliendo con mis labores periodísticas y, a decir verdad, sigue siendo lo que me recuerda por qué empecé en esto. Por qué le dediqué mi vida al medio interactivo más allá del mero hobbie.
Los indies, definitivamente, ejercen sobre mí una fuerza de atracción aún mayor a la del resto de producciones, haciéndome sentir como me sentía hace una década y no como, en líneas generales, me siento ahora. Por lo tanto, cada nuevo indie revitaliza mi deseo por encontrar experiencias inéditas y diferenciales, del mismo modo que reviven al yo de 15 años que escribía con toda la ilusión del mundo sobre las obras que le gustaban. Y esos serán los pilares para afrontar mi 2022.
Hollow Knight: Silksong, Crowsworn, Weird West, Salt and Sacrifice, Sifu, Blind Fate: Edo no Yami, Trek to Yomi... Salvo Elden Ring, que es la obra de entretenimiento que más ansío desde que tengo uso de razón, mi próximo año estará motivado por y para los indies. Lo haga por trabajo o lo haga por simple querer, me dedicaré al cosmos independiente con el objetivo de estar en constante contacto con aquello que ha hecho de los videojuegos mi pasión: la posibilidad de vivir experiencias transformadoras sin más meta que la experiencia misma.
Ello, por supuesto, buscaré trasladarlo a mi desempeño escrito; de cierta forma, ser un creador 'indie'. Distinguible, único, sustancial, identitario... Tomar las principales variables que caracterizan a los indies y olvidarme del inmenso bagaje "profesional" que he acumulado con los años, el cual se ha convertido más en una traba para mi independencia creativa que un aliciente. Si esa decisión tendrá un devenir positivo no lo sabré sino hasta que la ejecute, pero el simple hecho de asemejarme más a aquello que estimo como ideal es razón suficiente para intentarlo.
Inclusive, siguiendo el carácter experimental de los indies, pienso atreverme con otros medios, otros mecanismos, sin adentrarme en un terreno elitista y con miras en la accesibilidad para todo público. Sí, suena difícil hacer algo singular que pueda ser degustado por todos los paladares, no obstante, si obras maestras como Hollow Knight, Hotline Miami o Minecraft apelaron al mainstream aún siendo creaciones 'perfectas' a su estilo, no puedo sino buscar emular sus logros. Los indies me han dado tanto que es lo menos que puedo hacer.

Para finiquitar, siento que he de entonar un mea culpa respecto a mi relación con los videojuegos. Sí, que sean mi trabajo ha mermado mi querer para con ellos y, sí, no tengo el mismo tiempo de antes para jugarlos, pero debo reconocer que la industria ha crecido lo suficiente como para que siempre, sin excepción, exista ese 'algo' que satisfaga todas y cada una de mis necesidades. Únicamente debo dejar de subestimar el medio, tal y como debo dejar de subestimar mi labor, para poder asumir lo grandioso de ambas fracciones. Solo así volveré a ser indie.
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