Análisis The Red Strings Club
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ANÁLISIS

Análisis The Red Strings Club

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Después de casi un lustro de inactividad y de la mano de The Red Strings Club, Deconstructeam, creadores de Gods Will Be Watching, ha vuelto a la palestra pública con una obra sobresaliente. Tras su point and click thriller centrado en la desesperanza, compromiso y sacrificio, presentando así una serie de mecánicas con fuerte contenido narrativo y amplia presencia de diálogos, rompecabezas y toma de decisiones, la nueva producción distribuida por Devolver Digital se erige como una de las aventuras gráficas más sobresalientes de todo el año actual, logrando enamorar con una trama y un estilo que, si bien no exentos de no innovar, luce la sensación de duda gratificante como uno de sus máximos baluartes.

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Moviendo los hilos del destino

En este periplo, nos situamos en un mundo cyberpunk dentro de una historia que trata sobre la felicidad y, efectivamente, el destino. En lugar de ocupar el rol de un personaje en específico, somos un ser omnipotente que se encarga de elegir los caminos a seguir de cada uno de los personajes que así nos lo permite, de los cuales destacan los protagonistas: Brandeis, un hacker, activista y rebelde que busca la caída de las corporaciones, y Donovan, el bartender de The Red Strings Club y comerciante de información, quien sirve bebidas mágicas para hacer feliz a la gente y, además, obtener nueva data, a los cuales se sumará posteriormente Akara-184, un androide creado por la compañía Supercontinent Ltd. cuyo fin es eliminar la depresión, el miedo y la ansiedad de los seres humanos -pues nos hallamos ante una sociedad que utiliza chips para empoderar o disminuir ciertos aspectos de su vida-, pero cuyo rumbo se ve tergiversado y acaba en el bar como parte de nuestro grupo de figuras.

En relación a esta última, no muy avanzados en la trama descubrimos que la mencionada compañía tiene intenciones de implantar un chip que cumplirá con los fines previamente plasmados pero sin previa aceptación de los implicados, objetivo al que tanto Brandeis como Donovan intentarán antagonizar ya que, bajo sus consideraciones, se trata de una especie de control mental que no resulta en lo absoluto ético sino que, en cambio, lo ven como una forma autocrática de manipulación. Para lograrlo, necesitaremos de las habilidades cibernéticas y persuasivas de nuestra dupla de personajes, al igual que de la ilimitada capacidad de empatía e intelecto y búsqueda del bien común del robot, en pos de desentrañar lo que subyace debajo de una cobertura que, en un principio, ofrece más preguntas que respuestas, y sólo para, después, mostrar más respuestas que preguntas.

Al momento en afirmar que Brandeis y Donovan contrarían la práctica de irrumpir en las mentes ajenas, más allá de que la meta de tal accionar sea única y exclusivamente la mejora de la calidad de vida tanto individual como colectiva, es imperativo enfatizar un detalle: Brandeis y Donovan responden a nuestros pensamientos. Su participación en la trama, aunque ambos lucen una personalidad excelentemente definida y cuentan con sus propios ideales, se define en gran medida por lo que nosotros consideremos del contexto que nos rodea, ergo, el devenir del argumento es un reflejo de nuestra propia forma de ver el mundo. Ése es uno de los aspectos que más encanta de esta aventura, especialmente porque la destacada sensación de duda gratificante es genuina en su completa medida; la idea de que, quizá, estemos tomando una perspectiva errada de la situación será álgida en todo momento, y su consecución ha sido alcanzada con suma maestría.

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La narrativa como mecánica encantadora

En su posición de aventura gráfica, The Red Strings Club nos sitúa en un limitado panorama mecánico: los diálogos y la exploración de entornos mediante el click de forma estática serán los motores primordiales de la historia. Sin embargo, y aunque hacen una aparición esporádica, la singularidad con la que introduce diversas eventualidades jugables nos convidan a gozar de una frescura que, además de particular a su respectivo estilo, logran divertir sin necesidad de exigirse demasiado a sí mismas. No existe una premisa de revolución más allá de la que la trama plantea, razón por la que su simpleza, aunada a su efectiva ejecución, nos hacen sentir que el tiempo avanza a velocidades increíbles con tan sólo hacernos utilizar el ratón y, con mayor énfasis aún, pensar, sobre todo al recalcar que no hay manera de arrepentirnos -sólo con una pastilla, mas hay pocas en el juego-.

De entre esas detalladas situaciones en las que adoptamos un rol distinto, tenemos una modelación de biomateria a través de figuras de diversas formas que serán utilizadas para plantar actitudes en grandes corporativos, los cuales llegarán con una inquietud y nosotros, mediante un repertorio limitado de opciones, tendremos que decidir cuál es la cualidad que mejor le compete para sufragar su problemática. Después, y siendo la mecánica principal junto a las resaltadas en un principio, nos luciremos como creadores de tragos en un minijuego donde tendremos que mezclar bebidas y colocar la dosis de hielo exacta para hacer honor a la condición de 'mágico' que tiene el bar, permitiéndonos, por consiguiente, acceder al inconsciente de nuestros clientes sin que siquiera se percaten. En última instancia, recibiremos una encomienda que nos llevará a fungir como hackers y a adoptar las voces de importantes personalidades de cara a recibir información pertinente para la consumación de la rebelión, teniendo que prestar gran atención a los entornos y, en general, teniendo que conocer con lujo de detalles a los personajes y al universo.

En alusión a lo expuesto, el porqué que nos lleva a ser tan meticulosos al momento de explicar toda eventualidad jugable de la obra es el mismo que la caracteriza: hay un carácter moral en la completa integridad de la epopeya; todo accionar, todo diálogo, toda escena cinematográfica sirve para, primero, movilizar la historia y, segundo, hacernos sentir que, posiblemente, no nos hallamos ante esas historias de blancos y grises. El constante sentimiento de que nada es lo que parece no sólo nos hace sentir unas ganas inexpugnables de continuar hasta culminarlo -el juego tiene alrededor de seis horas de duración, y es muy rejugable pues nuestras elecciones cambian en gran dimensión lo que conocemos del título- sino que, simultáneamente, crea una ineludible dicotomía intrínseca que, insistimos, se siente muy, muy bien a su propio modo. Ver que nos equivocamos con una percepción, observar cómo nuestras decisiones generaron repercusiones inesperadas, descubrir quién está en lo cierto al final del día, entre otras, son situaciones que se recordarán con una medida de igual magnitud entre agradable y deontológicamente debatible; porque éso es The Red Strings Club: una entrañable discusión en soliloquio.

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Un representante insigne de lo cyberpunk

A día de hoy, la estirpe cyberpunk es sumamente conocida dentro de la industria. Deus Ex, Syndicate, System Shock, el venidero Cyberpunk 2077, junto a muchos más, forman parte de una corriente estética y sonora que es bien conocida en el marco del arte interactivo, mas la labor de Deconstructeam fácilmente puede adjudicarse un puesto personal en su Olimpo de emisarios.

Y es que, si bien puede que no cuente con la profundidad y extensión de los productos resaltados -recordemos que, pese a su calidad, continúa siendo un juego con las limitantes de ser independiente-, exhibe una puesta en escena sublime con una estética pixelada magníficamente lograda y un grandioso contraste entre su condición y su lado más tradicional, descripción de la que sobresale el bar, al cual se le adquiere un inefable cariño. De forma paralela, la banda sonora, obviando que peca de repetitiva si nos quedamos estancados en una misma pantalla, genera un magnífico sentido de inmersión, y se complementa de forma excelente con lo óptico para obsequiarnos una combinación audiovisual digna de agradecer.

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Un excelente monólogo de contradicciones

Quien disfrute de las críticas sociales, de los debates morales, de las historias que no son lo que parecen, de los personajes genuinos que son más que lo que aparentan y de los placeres visuales auditivos, no caben dudas en que The Red Strings Club es una de las recomendaciones más loables que se pueden realizar.

Aunque su inicio sea lento y tecnológicamente dé motivos para desear algo mejor desarrollado, no hay dubitativa alguna respecto a que el trabajo del estudio merece reconocimiento porque, en síntesis, ofrece un producto sumamente agradable, capaz de embelesar tanto al más fanático de las aventuras gráficas como al más ajeno a las mismas ya que, al finalizar la aventura, es sencillo percatarse de la increíble experiencia que ha sido mover los hilos de un universo que se siente real.

Redactado por:

Politólogo a tiempo completo, economista a tiempo parcial. Asiduo al medio interactivo por su capacidad de hacernos vivir las historias, no contarlas. Joven venezolano amante de Bad Bunny, Itachi y los RPGs que busca cooperar en la evolución de una industria huérfana de horizontes.